martes, 18 de febrero de 2025

"Te engañan, estafan… y no solo pagas tú: La Infodemia que afecta tu Salud y la de los Tuyos". (segunda parte)

Permítanme ahora y con perdón de tan extensa pero quizás necesaria introducción (ver la primera parte), pasar a analizar críticamente las afirmaciones del “Dr. Invitado” y desglosar los sesgos, falacias y desinformaciones que contienen. Este ejercicio es crucial para entender por qué están alejadas de los estándares de la medicina basada en evidencia, el enfoque reconocido para obtener conocimiento confiable en el ámbito científico médico.

En primer lugar, resulta sorprendente como el Dr. invitado ha omitido toda la ingente evidencia acumulada que contradice sus planteamientos. Nótese que, en lugar de apoyarse en investigaciones rigurosas, recurre a afirmaciones anecdóticas, las cuales, si bien pueden tener un valor narrativo, e impacto emocional, no representan datos científicos válidos. Este enfoque refleja un desconocimiento preocupante de los principios básicos de la metodología científica, o una omisión deliberada y deshonesta.

Un aspecto alarmante es que no se menciona ni un solo estudio realizado bajo estándares de calidad de la investigación científica, como ensayos controlados, revisiones sistemáticas o metaanálisis, herramientas fundamentales para establecer relaciones causales y evaluar la efectividad de intervenciones médicas. La ausencia de estas referencias socava por completo la credibilidad de sus afirmaciones a ojos expertos.

Los estándares que hoy rigen las ciencias médicas son el resultado de siglos de estudio, práctica y evolución. Cada método, ensayo o modelo de investigación que ahora consideramos una referencia —o "gold standard"— ha surgido tras innumerables ciclos de prueba y error, con aprendizajes que han costado muchísimo a la humanidad tanto en términos científicos como humanos.

En medicina, los errores no son abstractos; tienen un impacto directo en la vida de los pacientes. Sin embargo, es precisamente a través de estos errores, analizados bajo un escrutinio riguroso, que la ciencia avanza. Cada descubrimiento o innovación es puesto a prueba mediante métodos cada vez más precisos, diseñados para maximizar la seguridad, la eficacia y la eficiencia de las intervenciones médicas.

Ningún estándar es definitivo ni perfecto. Incluso los modelos más paradigmáticos están sujetos al desafío constante de nuevos conocimientos, técnicas y avances tecnológicos. Permanecen como referencias mientras demuestren su utilidad en la evolución científica, ajustándose siempre a los principios de rigor y ética que sustentan la práctica médica.

Ejemplos como en el caso del desarrollo de los ensayos clínicos aleatorizados, o las revisiones sistemáticas y metaanálisis de estos mismos, ilustran cómo la medicina se adapta y mejora continuamente en busca de un impacto positivo en la salud humana.

El desafío de nuestro tiempo es proteger la verdad frente al relativismo epistémico. No todas las opiniones tienen el mismo peso si unas están respaldadas por evidencia y otras solo por retórica persuasiva.

La entrevista completa aquí: https://youtu.be/4bIonpIuMlo?si=tQ4gkKe1I9bX8inj

 

1.      Pregunta (afirmativa): “Hay algún resquicio real para creer que las vacunas algunas vacunas pueden tener contraindicaciones

Lo primero que debemos aclarar es la mención a “contraindicacionesque de la pregunta pareciera desprenderse, que se niega que existan para el caso de las vacunas. Como toda intervención terapéutica, incluso cualquier sustancia xenobiótica que ingresa a nuestro organismo (por muy natural que sea), las vacunas tienen contraindicaciones generales como reacciones alérgicas graves a componentes de las vacunas, o específicas, como evitar vacunas con virus vivos en pacientes inmunocomprometidos entre otras situaciones bien establecidas en las que no se recomienda la administración de una vacuna debido al riesgo de efectos adversos graves.

Las vacunas no solo vienen con sus prospectos e indicaciones clínicas detalladas, y con un esquema vacunal óptimo que está en constante investigación. A diferencia de otras intervenciones terapéuticas, las vacunas también cuentan con su propio sistema de reporte y autorreporte de eventos adversos. El sistema VAERS (Vaccine Adverse Event Reporting System) refuerza la transparencia y la seguridad para los pacientes. Este sistema permite una monitorización continua y garantiza que cualquier evento adverso sea registrado y evaluado minuciosamente, brindando tranquilidad a la población.

 

2.      Pregunta: “…empecemos por eh la vacuna que es lo que más lo han acusado a él (en referencia a R. F. Kennedy Jr) de conspiracionista de que cree que algunas vacunas provocan enfermedades sobre todo y he escuchado el tema del autismo en los niños”

Respuesta del Dr. invitado: “100%, pero los médicos que han hablado de esto han sido muy perseguidos y lo ha atraído la atención y madres en todos los estados Unidos que tienen en la historia clínica La historia clínica es algo importante en la medicina no solo las investigaciones y dicen después de que se vacune a mi hijo con la vacuna de la rubiola comenzaron los síntomas del autismo comienzan más o menos después de la vacuna.”

En medicina, la afirmación de "100%" es prácticamente inexistente debido a la complejidad biológica y a la variabilidad individual. La ciencia se basa en probabilidades, y en el manejo de la incertidumbre, no en absolutos. Esta generalización resta credibilidad al argumento y podría reflejar un desconocimiento básico de cómo opera la medicina basada en evidencia y la biología en la naturaleza.

Pasemos a como se introduce un elemento emocional, en cuanto a la supuesta caza a los médicos, conducta que es ética y moralmente reprochable, por lo que quien la escucha suele entrar en tono con el que la propone sin más escrutinio que sus emociones. En efecto, el uso de términos como "persecución" apela a las emociones del público, presentando a los médicos que promueven estas ideas como “héroes incomprendidos”. Sin embargo, no se hace alusión a ningún caso demostrable, ni siquiera anecdótico. Esto desvía el foco del análisis racional y crea una narrativa de victimización que no se sostiene ante el menor escrutinio razonado.

«Aunque Galileo fue un rebelde, no todos los rebeldes son Galileo.» —Norman Levitt

La realidad es que los médicos que promueven ideas sin respaldo científico suelen ser fuertemente criticados y, en algunos casos, sancionados por difundir información falsa que puede poner en peligro la salud individual y/o pública. La crítica y la discusión científica no es persecución, sino un mecanismo esencial para garantizar que solo las ideas válidas y respaldadas por evidencia sean aceptadas.

Para nadie es ajeno que existe el error médico, contemplado en el mundo entero, pueden ser errores éticos, y tener implicaciones legales. Por ejemplo, mal praxis y negligencia médica son términos relacionados con errores médicos por lo general no intencionales. También existen desgraciadamente los intencionales y los actos criminales dentro de la práctica médica. Al igual que cualquier otra profesión esos actos deben ser juzgados competentemente, y la justicia ante el delito no implica persecución ni venganza.

El caso histórico generalmente presentado como “prueba” ante estas teorías es precisamente el que originó la falsa creencia de que las vacunas causan autismo.  Fue un artículo publicado en 1998 por Andrew Wakefield en la prestigiosa revista The Lancet. Este trabajo afirmaba una conexión entre la vacuna MMR (sarampión, paperas y rubéola) y el autismo. Sin embargo, el estudio fue retractado por manipulación de datos, conflictos de interés y falta de validez científica. Wakefield perdió su licencia médica, y numerosos estudios posteriores demostraron que no existe relación entre la vacuna y el autismo (Hviid et al., 2019).

El artículo original titulado "Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children", sugería una posible relación entre la vacuna MMR y el desarrollo de trastornos del espectro autista (TEA). Esto no solo provocó una caída significativa en las tasas de vacunación y un aumento de enfermedades prevenibles. Sino que planteó preguntas importantes sobre cómo se permitió la publicación de un estudio profundamente defectuoso en una revista revisada por pares (de expertos). Para entender cómo ocurrió, es fundamental analizar el contexto y las fallas en el proceso de revisión y supervisión.

Wakefield propuso un "nuevo síndrome" que vinculaba el autismo y las enfermedades intestinales con la vacuna MMR sobre la base de un estudio de solo doce niños. El problema más grave había sido que los datos presentados en el estudio fueron manipulados. Por ejemplo, solo uno de los nueve niños descritos como casos de "autismo regresivo" cumplía con el diagnóstico. Cinco de los 12 niños tenían problemas de desarrollo previos, lo que contradice la afirmación de que todos eran "previamente normales". Los síntomas de comportamiento supuestamente comenzaron poco después de la vacunación según el estudio, pero los registros médicos mostraban que comenzaron meses después o incluso habían comenzado antes de la vacunación.

Se descubrió, además, que el estudio había sido éticamente deplorable. Los niños sometidos a la investigación fueron objeto de procedimientos invasivos, como colonoscopias, sin indicación clínica. El estudio había sido financiado por abogados interesados en demandar a los fabricantes de vacunas, un importante conflicto de interés que no se declaró a The Lancet. Los pacientes fueron seleccionados a través de activistas antivacunas, introduciendo un sesgo (error sistemático invalidante) evidente. De haber sido un estudio controlado (con grupo de control) no pudieran haber llegado a los resultados ni las conclusiones. 

Wakefield manipuló las cronologías para sugerir un vínculo temporal entre la vacunación y el inicio de los síntomas, reduciendo el intervalo reportado de meses a un promedio de solo 6,3 días. Este vínculo temporal falso era clave para sustentar sus falsas afirmaciones.

Los conflictos de intereses no quedaron ahí, Wakefield recibió sumas de dinero de abogados que buscaban pruebas para litigar contra los fabricantes de vacunas. También había presentado patentes para vacunas alternativas y pruebas diagnósticas que se habrían beneficiado económicamente si la vacuna MMR hubiera sido totalmente desacreditada.

Para los interesados en profundizar, el artículo del BMJ por Brian Deer desmantela detalladamente el estudio publicado por Andrew Wakefield en The Lancet en 1998, que falsamente sugirió un vínculo entre la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubéola, MMR) y el autismo. Este caso es uno de los ejemplos más significativos de mala conducta científica, con consecuencias devastadoras para la salud pública.

El caso Wakefield es un recordatorio contundente de cómo la mala conducta científica, amplificada por los medios y los movimientos antivacunas, puede socavar la salud pública y la confianza en la ciencia. Este incidente subraya la importancia de defender la integridad científica, garantizar la transparencia en la investigación y promover una comunicación científica efectiva para contrarrestar la desinformación. Si bien el artículo fue retractado, su impacto perdura, recordándonos que la ciencia no solo debe producir conocimientos rigurosos, sino también protegerlos del mal uso y la manipulación.

Debo agregar que desafortunadamente este caso no es el único, pero reforzó la necesidad de revisiones por pares más rigurosas, supervisión ética y transparencia en la investigación científica. The Lancet, una prestigiosa revista, fue engañada debido a la manipulación de datos y la falta de escrutinio. Este incidente expuso las vulnerabilidades del sistema de revisión por pares y subrayó la importancia de verificar conflictos de interés y la validez de los datos presentados.

Estos engaños tampoco son exclusivos de las ciencias médicas, otros casos paradigmáticos y famosos han sido estudiados como el de Hwang Woo-suk (2004, Science), su investigación sobre células madre embrionarias humanas fue inicialmente aclamada, pero después se demostró que los datos habían sido fabricados. También el de Jan Hendrik Schön (2002, Nature y Science), quien publicó artículos sobre avances en semiconductores que resultaron ser fabricados. La imposibilidad de replicar sus resultados llevó al descubrimiento del fraude.

La evidencia histórica muestra que el daño social del artículo superó con creces su impacto académico, creando uno de los movimientos antivacunas más influyentes de la historia. Esto se debe en gran medida al pensamiento crítico y el método científico en el ámbito académico, que actúan sinérgicamente como protectores.

En realidad, el debate académico comienza bien temprano, y los casos de engaño científico en revistas prestigiosas suelen seguir un camino bastante predecible, una vez que el artículo se “ha colado” comienza un peregrinar de críticas originadas gracias al escrutinio del método científico y al pensamiento crítico de la comunidad académica de expertos.

Por ejemplo, cuando un estudio publicado presenta resultados extraordinarios o muy controvertidos, otros laboratorios e investigadores buscan replicarlos. Si los hallazgos no son reproducibles, las dudas emergen rápidamente. Incluso antes de esto, la comunidad de expertos sobre la base de los conocimientos teóricos comienza a lanzar alertas en forma de cuestionamientos que son publicados en la misma revista y en otras dando comienzo a intensos debates científicos.

Por desgracia, el mundo académico no está exento del fraude, de mala praxis, ni de la corrupción. Tampoco la ciencia es ajena a estos males, independientemente de que se hagan más o menos públicos, simplemente porque el quehacer científico es realizado por seres humanos.

Pero hemos avanzado, y actualmente es difícil ocultar eventos de grandes magnitudes, y debemos preservar esa libertad de expresión, el problema consiste en el abismo preexistente entre lo que se discute científicamente y lo que se interpreta y comunica por no expertos, este abismo que durante la pandemia ha ido creciendo vertiginosamente explica por sí solo gran parte de la desinformación actual, una relativamente inconsciente y otra mal intencionada.

La difusión científica responsable es crucial para mantener la integridad y la confianza en la ciencia. Durante la pandemia de COVID-19, el flujo masivo de información, combinado con la incertidumbre, aceleró la propagación de desinformación. La falta de alfabetización científica en gran parte de la población exacerbó este problema.

Aunque la comunidad científica es consciente del daño por la vulnerabilidad en la población general no experta, no pocos científicos pensamos que ni las regulaciones, ni las prohibiciones o las censuras son el camino adecuado debido al efecto paradójico que es utilizado además para validar las teorías falsas. Así los defensores de teorías falsas utilizan la censura como herramienta para “validar” sus argumentos, presentándose como "disidentes valientes" que desafían a un sistema opresivo.

En efecto, esta paradoja de la censura se evidencia cuando las regulaciones, prohibiciones o censuras, aunque bien intencionadas, pueden tener efectos contraproducentes al fortalecer las creencias en teorías falsas y amplificar la desconfianza en las instituciones. Este fenómeno, conocido como el efecto de retroceso (backfire effect), refuerza la necesidad de abordar el problema desde un enfoque que respete la libertad de expresión y fomente el pensamiento crítico.

El efecto de retroceso (backfire effect) es un fenómeno psicológico que ocurre cuando a alguien se le presenta evidencia que desafía sus creencias, y en lugar de cambiar de opinión, se aferran aún más a sus puntos de vista originales. Esto puede conducir a la polarización, la mentalidad cerrada e incluso la hostilidad hacia los puntos de vista opuestos. Este puede ocurrir por varias razones, como el sesgo de confirmación, la disonancia cognitiva y la identidad social.

Este efecto de retroceso puede tener consecuencias negativas en la sociedad, como la polarización política y la dificultad para resolver problemas sociales. A través de afectar nuestra capacidad para tomar decisiones informadas y racionales. Este efecto es ampliamente explotado por los políticos y estrategas políticos.

Continuación de la respuesta del Dr. invitado: “madres en todos los estados Unidos que tienen en la historia clínica, la historia clínica es algo importante en la medicina no solo las investigaciones y dicen después de que se vacune a mi hijo con la vacuna de la rubiola comenzaron los síntomas del autismo comienzan más o menos después de la vacuna. Así que hay millones de madres en los Estados Unidos.”

La “lógica” detrás de esta falsa asociación es claramente defectuosa, incluso irrisoria. Se asemeja a afirmaciones absurdas como: "La vacuna es la causa de muerte de todos los vacunados", lo cual evidencia la falta de fundamento en la premisa. Es decir, en países con altos índices de vacunación, es esperable que la mayoría de las personas fallecidas hayan recibido la vacuna, no porque esta sea la causa de su muerte, sino porque la mayoría de la población está vacunada, y lógicamente en algún momento como todo ser vivo, morirán.

La confusión entre correlación (autismo diagnosticado en la infancia) y causalidad (asumir que las vacunas causan autismo) se presenta como una falacia central. La correlación indica que dos eventos ocurren juntos, pero no necesariamente que uno cause el otro.

Si en esta población yo tomo a los fallecidos (variable dependiente) y a los vacunados (variable independiente) y los estudios encontraremos alguna correlación entre ellas sin que esto implique que una variable cause la otra. Esto se debe a que la correlación simplemente mide la asociación entre dos variables, no la causalidad.

En el caso de las vacunas y los fallecidos, una alta correlación podría deberse a que la mayoría de la población está vacunada, y no porque la vacunación tenga un impacto (negativo) directo en la mortalidad. De hecho, esta correlación podría ser inversa, o sea a medida que hay más vacunados disminuyen las muertes (prematuras) por causa de la disminución de la mortalidad por enfermedades prevenibles.

Para ilustrarlo mejor, pensemos en un ejemplo cotidiano concreto: en un estudio se podría encontrar una correlación entre el número de bomberos en una escena y la cantidad de daños causados por un incendio. Cada vez que se analizan superficialmente los datos se nota que mientras más bomberos acudan, más daños terminan contabilizándose. A priori, alguien podría especular de que son los bomberos los causantes de los daños. sin embargo, esta mera correlación no significa que la presencia de más bomberos cause más daño (sea la causa). En cambio, es probable, por ejemplo, que los incendios más grandes y destructivos requieran más bomberos (variable confusora). En este caso podría ser el tamaño y la propagación del incendio la variable no detectada inicialmente detrás de esa asociación.

Las variables confusoras (confounding) son factores que pueden influir tanto en la variable dependiente como en la independiente, causando una falsa percepción de relación directa entre ellas. Ignorar estas variables puede llevar a conclusiones erróneas. En la investigación científica, es crucial diferenciar estos tipos de relaciones y no asumir causalidad sin un análisis más profundo. Esto se logra mediante métodos estadísticos avanzados y diseños de estudio cuidadosamente controlados.

Históricamente, hubo estudios que mostraban una relación entre el género (sexo) y el riesgo de desarrollar ciertas enfermedades, como el cáncer de pulmón. Inicialmente, se podría pensar que el género por sí solo era un factor de riesgo significativo, dado que el cáncer pulmonar afectaba significativamente más a los hombres. Incluso se podría hipotetizar que los hombres tenían una predisposición genética. Sin embargo, al analizar más detalladamente, mejorar la metodología y la bioestadística se descubrió que en realidad el hábito de fumar era mucho más prevalente entre los hombres que entre las mujeres durante gran parte del siglo XX.

El tabaquismo, en este caso, era la variable confusora que realmente explicaba la diferencia en la incidencia de cáncer de pulmón entre géneros. No era el género ni la herencia genética, en sí mismos los que aumentaba el riesgo, sino la mayor prevalencia del tabaquismo entre hombres. Este ejemplo subraya la importancia de identificar y controlar las variables confusoras en la investigación científica para evitar conclusiones erróneas y entender verdaderamente las relaciones causales.

En el ámbito de la estadística, en los ejemplos anteriores hemos estado hablando de una relación o correlación espuria, que se refiere a una asociación matemática entre dos o más eventos o variables que no están causalmente relacionados. Esta aparente relación puede deberse a la coincidencia (Post hoc o correlación coincidente) o a la influencia de un tercer factor no visible, conocido como "variable de respuesta común", "factor o variable de confusión" o "variable oculta".

Espero haber logrado ilustrar o explicar someramente lo difícil que es determinar la relación causal (causa y efecto) en ciencias médicas, con las miles y millones de variables a estudiar y controlar para llegar a un mínimo de incertidumbre aceptable.

Intento que se comprenda que al basarse en historias individuales o anécdotas (testimonios de madres) en lugar de en datos científicos robustos y asumir que, porque los síntomas del autismo aparecen después de la vacunación, la vacuna debe ser la causa es un disparate actualmente. Además, porque existen varios estudios de calidad que investigaron esta posibilidad y no demostraron causalidad entre la vacuna y el autismo.  

Ni siquiera la presencia del tiomersal (compuesto de mercurio etílico), uno de los supuestos sustratos teóricos detrás de las afirmaciones se sustenta por sí solo. Controversia que comenzó cuando algunos padres y grupos de defensa sugirieron que el mercurio (en forma de etilmercurio de tiomersal) en las vacunas causaba autismo en niños. Hipótesis que fue reforzada por una mala interpretación de datos y el uso inescrupuloso de argumentos anecdóticos. Políticos y medios de comunicación contribuyeron al pánico generalizado.

Aunque ha sido aclarado que el tiomersal (utilizado como preservante) contiene etilmercurio, una sustancia química distinta del metilmercurio (altamente tóxico), mientras el metilmercurio atraviesa la barrera hematoencefálica y se acumula en el sistema nervioso central, el mercurio etílico del timerosal se metaboliza y elimina más rápidamente del cuerpo.

Grupos de presión y activistas continuaron difundiendo la idea de una conexión, lo que llevó a litigios masivos y leyes en algunos estados prohibiendo el uso del tiomersal en vacunas, a pesar de la falta de evidencia. Esto no solo perjudicó la confianza pública en las vacunas, sino que también incrementó los casos de enfermedades prevenibles en niños no vacunados.

Es comprensible que los padres busquen explicaciones para el autismo de sus hijos, un trastorno con causas multifactoriales complejas. Sin embargo, la atribución del autismo al timerosal estuvo altamente influenciada por heurísticas cognitivas como la búsqueda de patrones en eventos cercanos en el tiempo (vacunación seguida de síntomas). Movimientos antivacunas amplifican temores no respaldados científicamente. Desde un punto de vista médico y legal, estas creencias pueden impactar negativamente en la toma de decisiones relacionadas con la salud pública.

El siguiente punto para refutar estos argumentos es cuando se hace referencia a un documento medicolegal tan importante como la Historia Clínica.

La historia clínica es una herramienta valiosa para documentar eventos médicos y detectar patrones en la atención individualizada. Sin embargo, su naturaleza es inherentemente anecdótica y no permite establecer relaciones causales. Los síntomas del autismo suelen manifestarse alrededor del segundo año de vida, coincidiendo con el calendario de vacunación (correlación temporal). Esto puede dar lugar a la percepción de que una intervención médica (la vacuna) desencadena el trastorno.

De nuevo, determinar si un evento (vacuna) causa otro (autismo) requiere estudios controlados, rigurosos y con diseño metodológico adecuado, como ensayos clínicos, estudios de cohorte o revisiones sistemáticas. Lo que ha ocurrido es que el argumento equipara injustamente dos componentes distintos del conocimiento médico:

La historia clínica, que es fundamental para individualizar la atención, pero que no puede extrapolarse como base de conclusiones epidemiológicas. Y las investigaciones científicas, que utilizan muestras amplias, herramientas estadísticas avanzadas y diseños controlados para responder preguntas de asociación y causalidad. Este proceso es deliberadamente complejo para minimizar errores y sesgos. Tal simplificación fomenta desinformación y desconfianza en la ciencia médica. Además, desvía recursos y atención de investigaciones legítimas sobre el autismo hacia falsas controversias.

El recurso de utilizar el "argumento de los millones de madres" es una falacia ad populum: no importa cuántas personas sostengan una creencia si esta no está respaldada por datos objetivos y reproducibles. Este uso emocional de testimonios de madres, aunque empático, introduce un sesgo de confirmación en el debate. Puesto que se otorga mayor peso a experiencias personales que refuerzan una hipótesis preexistente (en este caso, el miedo a las vacunas). Mientras deliberadamente se ignoran datos científicos más amplios y generalizables que contradicen esa percepción.

Si bien estos relatos tienen valor en la práctica clínica como datos iniciales que podrían justificar una hipótesis, la afirmación de causalidad basada únicamente en estas observaciones carece de sustento científico robusto y es profundamente problemática desde un punto de vista neurocientífico y epidemiológico.

¿Quiere decir esto que las madres han reclamado en el vacío?

¿Que nadie les escucha y que debe venir un “outsider” salvador que destape la trama detrás del “Big-Farma” y sus vacunas porque los médicos adoctrinados no logramos ver?

Pues nada de esto es real, y además independientemente de la ignorancia o la intencionalidad es sumamente injusto y algo deshonesto plantearlo así. Sencillamente porque numerosos estudios epidemiológicos y metaanálisis han examinado esta relación y han concluido de manera consistente que no existe evidencia de que las vacunas, incluidas las que contienen el componente de rubéola, causen autismo. Les mostraré algunos de los más significativos.

Un metanálisis exhaustivo realizado por Taylor et al. (2014) publicado en The Journal of the American Medical Association, revisaron estudios de casos y controles, así como estudios de cohortes, y no encontró ninguna asociación entre la vacunación y el desarrollo de autismo o trastornos del espectro autista (TEA). Este metanálisis incluyó datos de más de 1,2 millones de niños en estudios de cohortes y casi 10 000 niños en estudios de casos y controles, proporcionando evidencia sólida contra un vínculo entre las vacunas y el autismo.

Además, un gran estudio de cohorte nacional realizado en Dinamarca por Hviid et al. (2019) publicado en The New England Journal of Medicine, tampoco encontraron un riesgo incrementado de autismo asociado con la vacuna MMR (sarampión, paperas y rubéola). Este estudio incluyó a más de 650 000 niños y ajustó diversos factores de confusión potenciales, reforzando aún más la ausencia de asociación. Incluso en subgrupos de niños con antecedentes familiares de autismo o con otros factores de riesgo de autismo.  

Otro estudio significativo es el de Jain et al. (2015) quienes examinaron la ocurrencia de autismo en niños con hermanos mayores con y sin autismo y no encontró un aumento en el riesgo de autismo asociado con la vacunación MMR, incluso entre los niños con mayor riesgo de TEA.

Zerbo et al. (2022) realizaron un estudio sobre la seguridad de las vacunas que contienen componentes contra el sarampión y la tos ferina en niños con trastornos del espectro autista (TEA). El estudio incluyó a 14 947 niños con TEA y 1 650 041 niños sin TEA. No encontraron un aumento en el riesgo de fiebre, convulsiones febriles o visitas a urgencias en niños con TEA en comparación con aquellos sin TEA después de la vacunación.

Estos estudios, junto con otros, demuestran de manera consistente que las vacunas, incluidas aquellas que contienen timerosal y la vacuna MMR, no están asociadas con un mayor riesgo de autismo. Este consenso cuenta con el respaldo de múltiples estudios epidemiológicos de alta calidad y revisiones sistemáticas. Y con el cuerpo de conocimientos adquirido con los años de investigación y ensayos.

Entonces, desde un punto de vista medicolegal, la historia clínica es uno de los documentos más importantes tanto para el paciente como para el médico, pero no debe usarse para realizar inferencias causales generalizadas, especialmente cuando existen amplias investigaciones científicas que refutan la hipótesis presentada.

El autismo es un trastorno multifactorial, cuya complejidad no puede ser reducida a asociaciones anecdóticas con eventos como la vacunación. Al propagar este tipo de argumentos, no solo se perpetúa la ignorancia científica, sino que también se pone en riesgo la salud pública al desincentivar la vacunación, una de las herramientas más efectivas para prevenir enfermedades graves.

No obstante, los grupos antivacunas permanecen escépticos, en parte debido a que el diagnóstico de autismo suele coincidir con el periodo en el que los niños reciben muchas de sus vacunas de rutina. Esta coincidencia temporal puede dar la falsa impresión de causalidad, un claro ejemplo del principio "correlación no implica causalidad." De hecho, los indicios del autismo pueden manifestarse desde etapas tan tempranas de neurodesarrollo como en la etapa prenatal, o sea dentro del vientre materno, mucho antes de que se administre cualquier vacuna.

 

3.      Afirmación: "Cuando una mujer embarazada adquiere rubéola, el niño puede tener síntomas neurológicos parecidos al autismo."

Realidad: Es cierto que la rubéola congénita puede causar problemas neurológicos, pero esto no es lo mismo que el autismo. La rubéola puede causar sordera, defectos cardíacos y retraso mental, pero estas condiciones son distintas del autismo.

El síndrome de rubéola congénita (SRC) está asociado con un mayor riesgo de autismo, pero la rubéola en sí misma no es una causa directa del autismo.

Datos históricos indican que entre 8-13% de los niños con SRC desarrollaron autismo, una tasa significativamente mayor que la prevalencia en la población general de la época (~0.04-0.05%). Esta asociación sugiere que el SRC actúa como un factor de riesgo prenatal para el autismo debido a su impacto en el neurodesarrollo, no como una causa directa.

El virus de la rubéola es un teratógeno conocido, lo que significa que puede causar malformaciones congénitas si la infección ocurre durante el embarazo. Esto puede afectar el neurodesarrollo fetal a través de:

·       Inflamación vascular y vasculitis cerebral.

·       Isquemia y necrosis neuronal.

·       Alteraciones en la migración neuronal.

Las alteraciones neuropatológicas del SRC, como la hipoplasia cerebelosa, la leucomalacia periventricular y la activación microglial, son similares a algunas observadas en el autismo.

 La infección por rubéola durante el embarazo puede causar SRC, lo que a su vez aumenta el riesgo de autismo, pero no es una causa directa de este trastorno. La asociación observada se debe probablemente al efecto teratogénico de la rubéola en el neurodesarrollo fetal y no a un vínculo etiológico entre la rubéola y el autismo.

Ha sido precisamente tras la vacunación generalizada que el nacimiento de los bebés con síndrome de rubéola congénita han prácticamente desaparecido del mundo desarrollado. Por ejemplo, actualmente en los Estados Unidos ocurren unos pocos casos (normalmente menos de dos) de SRC cada año.

  

4.      Afirmación: "No se puede elegir separar componentes de vacunas trivalentes."

Realidad: Las vacunas combinadas están diseñadas para mejorar la eficacia y la logística de la inmunización. Separar los componentes podría reducir la cobertura y aumentar la complejidad del programa de vacunación.

Problema: Asumir que separar componentes de vacunas combinadas es siempre mejor, sin considerar la evidencia sobre la eficacia y seguridad de las vacunas combinadas.

Desmintiendo Mitos Sobre sus Componentes. La desinformación sobre las vacunas ha sido una de las principales amenazas a la salud pública en las últimas décadas. Entre los argumentos más recurrentes de los movimientos antivacunas se encuentra la afirmación de que contienen "ingredientes tóxicos" como mercurio, formaldehído o adyuvantes peligrosos. Sin embargo, estas afirmaciones carecen de fundamento científico y han sido refutadas por décadas de investigación rigurosa. Este ensayo tiene como objetivo aclarar, con base en la evidencia, por qué los componentes de las vacunas son seguros y esenciales para la protección contra enfermedades infecciosas.

El término "mercurio" genera alarma porque suele asociarse con la toxicidad del metilmercurio (MeHg), una forma de mercurio que se encuentra en ciertos alimentos, como los peces grandes, y que se acumula en el organismo con potenciales efectos neurotóxicos. Sin embargo, las vacunas nunca han contenido metilmercurio. Lo que algunas vacunas han utilizado es timerosal, un conservante basado en etilmercurio (EtHg), un compuesto que no se bioacumula y que se elimina del cuerpo en cuestión de días.

Diversos estudios han demostrado que el etilmercurio y el metilmercurio tienen comportamientos biológicos distintos. Investigaciones como las de Pichichero et al. (2002, 2008) confirmaron que el etilmercurio del timerosal es metabolizado y eliminado rápidamente sin efectos adversos. Además, en 2004, el Instituto de Medicina de EE.UU. (IOM) concluyó que no existe ninguna relación entre el timerosal y el autismo, mito ampliamente promovido por la desinformación.

Es importante destacar que el timerosal fue eliminado de las vacunas infantiles en EE.UU. y Europa en 1999 por precaución, no por evidencia de daño, y sigue utilizándose con total seguridad en vacunas multidosis en muchos países para prevenir contaminación bacteriana.

Otro argumento erróneo es la supuesta toxicidad del formaldehído en las vacunas. Sin embargo, el formaldehído es un compuesto natural que el propio cuerpo humano produce en grandes cantidades como parte del metabolismo. Una dosis típica de vacuna contiene menos de 50 µg de formaldehído, mientras que un recién nacido tiene en su sangre aproximadamente 50 veces más de lo que recibe en una vacuna. De hecho, el cuerpo genera cerca de 42.5 millones de µg de formaldehído al día en procesos metabólicos normales.

Los adyuvantes como el MF59 (esqualeno) o hidróxido de aluminio han sido señalados sin base científica como “tóxicos”, cuando en realidad su función es potenciar la respuesta inmune sin incrementar la cantidad de antígeno. Numerosos estudios han demostrado su seguridad, como los análisis de la OMS y la FDA, que confirman que la cantidad presente en las vacunas es mínima y no representa riesgo para la salud.

A diferencia de muchos productos de consumo, las vacunas son sometidas a una de las regulaciones más estrictas del mundo. Cada componente es analizado y probado en múltiples fases de investigación antes de ser aprobado.

Desde la producción hasta la distribución, cada vacuna debe cumplir con los estándares establecidos por organismos como la FDA (EE.UU.), EMA (Unión Europea) y la OMS, que garantizan su seguridad y eficacia. Incluso el más mínimo cambio en la formulación o en el proceso de fabricación requiere estudios exhaustivos y aprobación regulatoria. Por ejemplo, si un fabricante quisiera cambiar la marca de un estabilizador como la sacarosa, tendría que demostrar que el nuevo producto es químicamente idéntico y que no afecta la estabilidad de la vacuna.

Desde la erradicación de la viruela hasta la reducción drástica de enfermedades como el sarampión y la polio, las vacunas han salvado más de 150 millones de vidas en los últimos 50 años. La desinformación basada en falacias químicas y miedo infundado ha provocado un resurgimiento de enfermedades prevenibles, como los recientes brotes de sarampión en Europa y EE.UU.

Cada ingrediente en una vacuna tiene una función específica y ha sido rigurosamente evaluado para garantizar su seguridad. Las afirmaciones sobre “componentes tóxicos” son mitos desmentidos por décadas de estudios científicos. No existe ninguna evidencia que justifique el miedo a las vacunas, pero sí existen pruebas contundentes de que la vacunación es una de las herramientas más efectivas para proteger la salud pública. Negarse a vacunar basándose en desinformación no solo pone en riesgo la vida propia, sino también la de las personas más vulnerables de la sociedad.

La vacuna MMR (sarampión, paperas y rubéola) es una vacuna trivalente de virus vivos atenuados que protege contra estas tres enfermedades virales. Sus componentes principales son:


1. Componente del Sarampión

·       Cepa utilizada: Enders' Edmonston (virus vivo atenuado).

·       Esta cepa se deriva del virus Edmonston, aislado en la década de 1950 y posteriormente atenuado por John F. Enders, considerado el "padre de las vacunas modernas".


2. Componente de las Paperas

·       Cepas utilizadas:

o   Jeryl Lynn (utilizada en la vacuna M-M-R II de Merck).

o   RIT 4385 (derivada de Jeryl Lynn, utilizada en Priorix de GlaxoSmithKline).

·       La cepa Jeryl Lynn fue aislada en 1963 de la garganta de una niña llamada Jeryl Lynn Hilleman, hija de Maurice Hilleman, el científico que desarrolló muchas vacunas modernas.


3. Componente de la Rubéola

·       Cepa utilizada: Wistar RA 27/3 (virus vivo atenuado).

·       Esta cepa se obtuvo de tejido fetal infectado con el virus de la rubéola durante la epidemia de 1964-1965 y fue desarrollada en el Instituto Wistar.


Otros Componentes de la Vacuna MMR

Además de los virus atenuados, la vacuna MMR contiene:

·       Estabilizadores (como sorbitol y gelatina hidrolizada).

·       Neomicina (un antibiótico en pequeñas cantidades para evitar contaminación bacteriana).

·       Buffers de fosfato y sales para mantener el pH adecuado.

·       Trazas de proteínas del huevo (procedentes del cultivo celular, aunque se considera segura para personas con alergia al huevo).


Vacunas MMR Disponibles

·       M-M-R II (Merck): Contiene las cepas Enders' Edmonston, Jeryl Lynn y Wistar RA 27/3.

·       Priorix (GlaxoSmithKline): Contiene las cepas Enders' Edmonston, RIT 4385 y Wistar RA 27/3.


La vacuna MMR utiliza cepas bien establecidas y seguras de virus atenuados para proporcionar inmunidad duradera contra el sarampión, las paperas y la rubéola. Es una pieza clave en los programas de vacunación a nivel mundial, ayudando a prevenir enfermedades graves y sus complicaciones.


La complejidad científica frente a la ignorante desinformación.

El autismo, en sus primeras conceptualizaciones, fue considerado una variante de esquizofrenia infantil o un trastorno primariamente afectivo. Sin embargo, con el paso del tiempo y el avance del conocimiento neurocientífico, la noción de autismo se desplazó desde una hipótesis psicodinámica hacia un modelo neurobiológico. En la evolución de los manuales DSM y CIE, la categorización del autismo ha pasado de una visión nosológica centrada en la sintomatología psiquiátrica hacia un modelo de neurodesarrollo, en el cual se reconoce que los síntomas del TEA están asociados a disfunciones específicas de circuitos cerebrales.

El paso del modelo psicoanalítico al biomédico se consolidó con la publicación del DSM-III en 1980, en el que el autismo adquirió una entidad propia y dejó de ser un subtipo de esquizofrenia. Con la llegada del DSM-IV-TR y la CIE-10, se estableció una categoría más amplia de Trastornos Invasivos del Desarrollo (TID), reconociendo múltiples variantes clínicas. Sin embargo, el DSM-5 y la CIE-11 promovieron una reestructuración de estos diagnósticos en un solo espectro, el Trastorno del Espectro Autista (TEA), basado en déficits en interacción social, comunicación y patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento.

Desde una perspectiva neurológica, esta evolución conceptual implica que el autismo no es un trastorno monolítico, sino un fenómeno dimensional con múltiples manifestaciones clínicas que dependen de la interacción entre factores genéticos, neurobiológicos y ambientales.

El autismo o los trastornos del espectro autista (TEA) constituyen un grupo heterogéneo de condiciones que afectan el neurodesarrollo con grados y manifestaciones muy variables, que suele reconocerse en una fase temprana de la niñez y persiste hasta la edad adulta; caracterizadas clínicamente por alteraciones en la comunicación social (comunicación y socialización) y la presencia de comportamientos repetitivos y patrones restrictivos de intereses. Estos síntomas caen dentro de tres categorías amplias (el DSM-5 conjunta las primeras dos), no obstante, sus manifestaciones pueden modificarse en gran medida por la experiencia y la educación.

Estos trastornos ocurren durante el período formativo del individuo, específicamente el proceso de desarrollo del sistema nervioso, por tanto, hablamos del neurodesarrollo. Por lo general partimos del reconocimiento de las distintas etapas del neurodesarrollo esperado para ayudarnos a evaluar los comportamientos, en cuanto a sus niveles de adquisición a través de la edad.

El neurodesarrollo humano es un proceso progresivo complejo, continuo que abarca múltiples etapas, durante las cuales ocurren cambios tanto estructurales como funcionales reflejados en la progresión psicomotora y cognitiva del individuo como evidencia de la maduración del sistema nervioso central (SNC) y su interacción con factores externos.  

A través de la evaluación sistemática de estos hitos neurobiológicos y conductuales del desarrollo en diferentes etapas, es posible identificar patrones normales, así como detectar alteraciones tempranas que pueden indicar trastornos del desarrollo neurológico y tomar medidas terapéuticas cuando sean necesarias.

Cada etapa del neurodesarrollo está marcada por hitos específicos que reflejan la progresión de la maduración del SNC. La evaluación de estos periodos permite identificar alteraciones en el desarrollo y diseñar estrategias de intervención temprana cuando sea necesario. Además, el conocimiento detallado de estas fases es fundamental en la pediatría o la neurología pediátrica, la rehabilitación neurocognitiva, o la psicología del desarrollo, sino que también aporta información crucial para áreas como la educación.

Estas etapas se han dividido didácticamente para facilitar su estudio y comprensión. Los periodos o etapas del desarrollo son didácticamente divididos en: etapa prenatal; recién nacido o neonato (nacimiento a los 28 días de nacido); lactancia (del nacimiento hasta el año de vida); primera infancia (1-3 años de vida); edad preescolar (3-6 años); edad escolar (6-11 años) y la adolescencia (12-20 años).  La etapa del desarrollo prenatal comprende los meses de vida intrauterina, y en ella se distingues dos períodos fundamentales: el período embrionario (hasta las 12 semanas o primer trimestre); y el período fetal (desde las 12 primeras semanas hasta los 9 meses).

Uno de los mayores errores conceptuales en torno al TEA es la idea de que su origen está vinculado a un único evento postnatal, como la administración de vacunas. Este planteamiento choca frontalmente con el cúmulo de evidencia neurobiológica que señala que el autismo es una condición de origen prenatal, determinada por factores genéticos, epigenéticos y ambientales que actúan durante el desarrollo intrauterino (embrionario y fetal), o sea, mucho antes del nacimiento y de cualquier intervención externa, como veremos a continuación.

Desde el punto de vista neuropatológico, se asocian con disfunciones en la conectividad sináptica y circuitos cerebrales fundamentales para la cognición social, como la corteza prefrontal y las regiones implicadas en la teoría de la mente. Sin embargo, a pesar de décadas de avances en la comprensión de su compleja etiología, persisten mitos y teorías infundadas que distorsionan el conocimiento científico.

La etiología (causas) del TEA es compleja y aún no completamente comprendida, generalmente se clasifica en dos categorías: TEA idiopático (o primario), en el cual no se identifica una causa médica o genética clara, y TEA sindrómico (o secundario), que está asociado a condiciones médicas o genéticas conocidas.

Como se puede inferir, esta división se basa en la identificación de causas genéticas y ambientales específicas en algunos casos, mientras que, en otros, las causas permanecen desconocidas. Por lo general, en la práctica médica cuando se habla de autismo sin más especificación nos estamos refiriendo al autismo idiopático.

Grosso modo, dentro de las características que definen al autismo sindrómico o secundario se incluyen que exista una etiología de base conocida, cuya enfermedad haya sido descrita en pacientes que en su mayoría no padezcan de autismo, así como que existan marcadores biológicos que permitan distinguir la enfermedad de base.  

Por lo tanto, el autismo sindrómico o secundario se refiere a los TEA que ocurren en el contexto de síndromes genéticos o condiciones médicas bien definidas. Estos casos de TEA están asociados con una causa genética conocida y suelen presentar un patrón clínico de anomalías somáticas y un fenotipo neuroconductual que incluye el autismo.

Aproximadamente solo el 30-40% de los casos de TEA tienen una etiología identificable y se consideran sindrómicos o secundarios. Estos casos están asociados con síndromes genéticos específicos, anomalías cromosómicas y/o alteraciones metabólicas. Ejemplos de síndromes genéticos que pueden presentar TEA incluyen el síndrome de X frágil, el síndrome de Rett, la esclerosis tuberosa, el síndrome de Timothy, el síndrome de Phelan-McDermid, el síndrome de Williams, el síndrome de Prader-Willi y el síndrome de Angelman. Evidentemente nada tienen que ver estos casos con la administración de vacunas postnatales.

Por eso la American College of Medical Genetics and Genomics recomienda una evaluación genética exhaustiva en pacientes con TEA para identificar posibles causas sindrómicas, lo que puede incluir pruebas de microarrays y secuenciación de exomas completos, etc.

La mayoría de los casos de TEA son idiopáticos, lo que significa que no se puede identificar una causa única específica. En estos casos no es posible poner en evidencia alguna “alteración neurobiológica específica”, actualmente identificable con los medios diagnósticos habitualmente asequibles a la práctica clínica. Lo cual no significa, que estemos ciegos, dado que hoy contamos con numerosos estudios aportando conocimientos sobre los posibles marcadores neurobiológicos.

Estos casos idiopáticos, representan aproximadamente el 60-70% de todos los diagnósticos de TEA. La etiología idiopática se asocia con una combinación de factores genéticos y ambientales que aún no se comprenden completamente. Estudios de genética han demostrado que los TEA son altamente hereditarios, con una contribución genética que oscila entre el 80 % y el 90 %. Investigaciones en gemelos han evidenciado que los gemelos monocigóticos tienen una concordancia del 96 % frente al 27 % en gemelos dicigóticos, lo que confirma el fuerte peso de la herencia en su desarrollo.

Avances en la genómica han identificado más de 100 loci genéticos relacionados con el autismo, incluyendo genes esenciales para la sinaptogénesis y la plasticidad neuronal, como FMR1 (Síndrome de X Frágil), MECP2 (Síndrome de Rett) y SHANK3. Además, se han hallado variantes en el número de copias (CNVs) en regiones cromosómicas específicas, como 16p11.2 y 15q11-q13, que refuerzan la naturaleza prenatal del trastorno.

Se han identificado más de 1,000 genes candidatos implicados en el TEA, aunque los efectos individuales suelen ser pequeños. Algunas mutaciones comunes afectan genes relacionados con la sinapsis, la regulación del desarrollo neuronal y la plasticidad cerebral (Sanders et al., 2015).

Por otro lado, los estudios epigenéticos sugieren que la expresión de estos genes puede estar modulada por factores ambientales, como la exposición prenatal a toxinas, infecciones maternas o el estrés gestacional.

Desde un enfoque neurobiológico, múltiples estudios han demostrado que el autismo se asocia con alteraciones en procesos críticos del desarrollo cerebral intrauterino, incluyendo:

·   Proliferación y migración neuronal en el primer y segundo trimestre de gestación.

·   Sinaptogénesis y poda sináptica en ventanas específicas del desarrollo prenatal.

·   Neuroinflamación y disfunción mitocondrial detectadas en muestras de tejido fetal.

Estos hallazgos refuerzan un punto fundamental: el autismo comienza a gestarse en el útero materno, en un periodo anterior a cualquier posible influencia externa postnatal.

Desde un punto de vista neurocientífico, el TEA está caracterizado por alteraciones en la conectividad funcional y en el desarrollo de regiones cerebrales claves involucradas en la integración sensorial, el procesamiento social y la flexibilidad cognitiva. Entre los hallazgos neurobiológicos más relevantes, se destacan:

Los estudios de neuroimagen han identificado hiperconectividad local e hipoconectividad de largo alcance en el TEA, lo que sugiere alteraciones en la maduración de las conexiones neurales durante el neurodesarrollo (Rane et al., 2015; Supekar et al., 2013). En particular:

  • Corteza prefrontal y lóbulos temporales: Relacionados con la regulación del comportamiento social y la teoría de la mente, presentan una maduración atípica.
  • Amígdala e hipocampo: Procesamiento emocional y memoria, áreas en las que se ha reportado un crecimiento acelerado en los primeros años de vida en niños con TEA (Mosconi et al., 2009).
  • Cerebelo: Reducción en el número de células de Purkinje, lo que podría impactar en la coordinación motora y en la modulación de la atención (Wegiel et al., 2014).

Se han encontrado alteraciones en varios sistemas de neurotransmisión en el TEA:

  • Glutamato/GABA: Desequilibrio entre excitación e inhibición sináptica, lo que podría contribuir a los comportamientos repetitivos y a la hiper o hiporreactividad sensorial (Frye et al., 2013).
  • Serotonina: Se han documentado niveles elevados de serotonina en plasma en personas con TEA, lo que sugiere una disfunción en la modulación de los circuitos sociales (Muller et al., 2016).
  • Dopamina: Alteraciones en la vía mesolímbica podrían estar relacionadas con la rigidez cognitiva y los patrones repetitivos de comportamiento (Scott-Van Zeeland et al., 2010).

El desarrollo de nuevas tecnologías ha permitido avances en la identificación de biomarcadores para el TEA:

  • Neuroimagen funcional (fMRI y EEG): Modelos computacionales han identificado alteraciones en la conectividad cerebral que podrían servir como marcadores diagnósticos (Liu et al., 2018).
  • Marcadores biológicos: Se han propuesto perfiles proteómicos y metabólicos en sangre como posibles indicadores de TEA, aunque aún sin validación clínica suficiente (Yang et al., 2018).
  • Rastreo ocular: Se ha demostrado que niños con TEA presentan una fijación ocular atípica, lo que podría utilizarse para detección temprana (Pierce et al., 2011).

El diagnóstico del TEA ha evolucionado desde una perspectiva psiquiátrica hacia un enfoque basado en el neurodesarrollo. La convergencia de estudios en genética, neuroimagen, neuropsicología y biomarcadores sugiere que el TEA es un espectro de manifestaciones clínicas resultado de múltiples interacciones biológicas y ambientales.

Los cambios en los criterios diagnósticos han mejorado la especificidad del diagnóstico, aunque han generado inquietudes sobre su sensibilidad, especialmente en los casos limítrofes o con sintomatología leve. La identificación de marcadores neurobiológicos sigue siendo un desafío, pero el avance en tecnologías computacionales y de neuroimagen abre la posibilidad de diagnósticos más precisos y tempranos en el futuro.

A nivel clínico y terapéutico, la identificación temprana y la intervención basada en evidencia siguen siendo la mejor estrategia para mejorar el pronóstico de los pacientes con TEA. La combinación de herramientas conductuales, cognitivas y biomédicas será clave en la próxima generación de diagnósticos y tratamientos personalizados.

En definitiva, es así como entendemos que, frente a la complejidad científica del TEA, la hipótesis de que las vacunas causan autismo representa una simplificación errónea que ignora décadas de investigación neurobiológica. La idea de que un evento posterior al nacimiento –como la administración de una vacuna– pueda alterar de manera abrupta y permanente los circuitos cerebrales responsables de la cognición social no tiene fundamento en la evidencia científica.

El desarrollo cerebral es un proceso secuencial y altamente regulado desde la vida intrauterina. Procesos críticos como la proliferación neuronal, la migración neuronal, la sinaptogénesis, la poda sináptica y la organización funcional del cerebro, la formación de redes neuronales y la mielinización siguen patrones programados altamente regulados por factores genéticos y epigenéticos, que no pueden ser interrumpidos súbitamente por un agente externo aplicado meses o años después del nacimiento.

Además, si las vacunas fueran un factor causal, los estudios epidemiológicos deberían mostrar un aumento en la prevalencia del TEA en poblaciones vacunadas frente a no vacunadas. Sin embargo, amplias investigaciones poblacionales han demostrado que no existe diferencia en la incidencia del autismo entre niños vacunados y no vacunados, invalidando por completo esta teoría.

La difusión de mitos sobre las vacunas y el autismo no solo es científicamente infundada, sino que tiene consecuencias graves para la salud pública. El miedo injustificado a la vacunación ha generado brotes de enfermedades prevenibles, como el sarampión, poniendo en riesgo la vida de miles de niños.

El conocimiento debe prevalecer sobre el miedo. Comprender la complejidad etiológica del autismo y la evidencia irrefutable de su origen prenatal es fundamental para combatir la desinformación y garantizar la protección de la infancia. La ciencia continúa avanzando en la comprensión del TEA y en el desarrollo de estrategias terapéuticas, mientras que la pseudociencia solo siembra confusión y pone vidas en peligro.

Numerosos estudios rigurosos, incluyendo investigaciones realizadas por instituciones como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), han demostrado consistentemente que no existe una relación causal entre las vacunas y el autismo.

Finalmente, al atacar y distorsionar la credibilidad de instituciones o autoridades sanitarias como los CDC, la FDA y la OMS, para presentarlas como entidades corruptas y conspirativas, que están conspirando para ocultar información, el Dr. invitado utiliza una falacia del hombre de paja para desacreditar sin fundamentos a estas instituciones. Esta es una táctica para desviar la atención de la falta de evidencia científica en sus argumentos.

Implicaciones Éticas y Responsabilidad Profesional

Los médicos tenemos la responsabilidad moral y ético-legal de no promover teorías desacreditadas, porque podríamos estar actuando de manera irresponsable y antiética. Como médico, tenemos la responsabilidad de basar nuestras recomendaciones en la evidencia científica sólida.

La difusión de información incorrecta no solo puede llevar a una disminución en las tasas de vacunación, sino que también puede resultar en brotes de enfermedades prevenibles, como el sarampión, que ha resurgido en algunos países debido a la reducción en la vacunación.

·   Deber de no causar daño: El principio ético fundamental en medicina, primum non nocere (primero, no hacer daño), se ve comprometido cuando un médico disemina información que disuade a los pacientes de recibir vacunas seguras y efectivas.

·   Consecuencias legales: La propagación de desinformación que comprometa la salud pública puede exponer a los profesionales a acciones legales y sanciones disciplinarias, incluyendo la revocación de su licencia médica. Lo cual no significa una persecución injusta sino una medida de contrapeso que protege tanto a pacientes como al resto de la comunidad científica.

 

PD: Remarco que en ningún caso este análisis representa un ataque al prestigio del colega invitado, el Dr. Felipe, quien ha traído al parecer un tema que le preocupa, en lo que impresiona un tema que extralimita, por la propia complejidad, en alguna medida su experticia como médico de familia. Insisto en que la pericia medico terapéutica no depende de temas de especialidades ajenas.

 Dr. Jose Alberto 

Referencias:

 Artículos de Investigación

  1. Deer, B. (2010). Wakefield’s “autistic enterocolitis” under the microscope. BMJ, 340, c1127. https://doi.org/10.1136/bmj.c1127.
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Otros Documentos

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