Permítanme ahora y con perdón de tan extensa pero quizás necesaria introducción (ver la primera parte), pasar a analizar críticamente las afirmaciones del “Dr. Invitado” y desglosar los sesgos, falacias y desinformaciones que contienen. Este ejercicio es crucial para entender por qué están alejadas de los estándares de la medicina basada en evidencia, el enfoque reconocido para obtener conocimiento confiable en el ámbito científico médico.
En primer lugar, resulta sorprendente como el Dr. invitado ha
omitido toda la ingente evidencia acumulada que contradice sus planteamientos. Nótese
que, en lugar de apoyarse en investigaciones rigurosas, recurre a afirmaciones
anecdóticas, las cuales, si bien pueden tener un valor narrativo, e
impacto emocional, no representan datos científicos válidos. Este enfoque
refleja un desconocimiento preocupante de los principios básicos de la
metodología científica, o una omisión deliberada y deshonesta.
Un aspecto alarmante es que no se menciona ni un solo estudio realizado
bajo estándares de calidad de la investigación científica, como ensayos
controlados, revisiones sistemáticas o metaanálisis,
herramientas fundamentales para establecer relaciones causales y evaluar la
efectividad de intervenciones médicas. La ausencia de estas referencias socava
por completo la credibilidad de sus afirmaciones a ojos expertos.
Los estándares que hoy rigen las ciencias médicas son el resultado de
siglos de estudio, práctica y evolución. Cada método, ensayo o modelo de
investigación que ahora consideramos una referencia —o "gold
standard"— ha surgido tras innumerables ciclos de prueba y error,
con aprendizajes que han costado muchísimo a la humanidad tanto en términos
científicos como humanos.
En medicina, los errores no son abstractos; tienen un impacto directo en la
vida de los pacientes. Sin embargo, es precisamente a través de estos errores,
analizados bajo un escrutinio riguroso, que la ciencia avanza. Cada
descubrimiento o innovación es puesto a prueba mediante métodos cada vez más
precisos, diseñados para maximizar la seguridad, la eficacia y la eficiencia de
las intervenciones médicas.
Ningún estándar es definitivo ni perfecto. Incluso los modelos más
paradigmáticos están sujetos al desafío constante de nuevos conocimientos,
técnicas y avances tecnológicos. Permanecen como referencias mientras
demuestren su utilidad en la evolución científica, ajustándose siempre a los
principios de rigor y ética que sustentan la práctica médica.
Ejemplos como en el caso del desarrollo de los ensayos clínicos
aleatorizados, o las revisiones sistemáticas y metaanálisis de estos mismos, ilustran
cómo la medicina se adapta y mejora continuamente en busca de un impacto
positivo en la salud humana.
El desafío de nuestro tiempo es proteger la verdad frente al relativismo
epistémico. No todas las opiniones tienen el mismo peso si unas están
respaldadas por evidencia y otras solo por retórica persuasiva.
La entrevista completa aquí: https://youtu.be/4bIonpIuMlo?si=tQ4gkKe1I9bX8inj
1.
Pregunta (afirmativa): “Hay algún resquicio real para creer que las
vacunas algunas vacunas pueden tener contraindicaciones”
Lo primero que debemos aclarar es la mención a “contraindicaciones”
que de la pregunta pareciera desprenderse, que se niega que existan para el
caso de las vacunas. Como toda intervención terapéutica, incluso cualquier sustancia
xenobiótica que ingresa a nuestro organismo (por muy natural que sea), las
vacunas tienen contraindicaciones generales como
reacciones alérgicas graves a componentes de las vacunas, o específicas,
como evitar vacunas con virus vivos en pacientes inmunocomprometidos entre
otras situaciones bien establecidas en las que no se recomienda la
administración de una vacuna debido al riesgo de efectos adversos graves.
Las vacunas no solo vienen con sus prospectos e indicaciones clínicas
detalladas, y con un esquema vacunal óptimo que está en constante
investigación. A diferencia de otras intervenciones terapéuticas, las vacunas
también cuentan con su propio sistema de reporte y autorreporte
de eventos adversos. El sistema VAERS (Vaccine Adverse
Event Reporting System) refuerza la transparencia y la seguridad para los
pacientes. Este sistema permite una monitorización continua y garantiza que
cualquier evento adverso sea registrado y evaluado minuciosamente, brindando
tranquilidad a la población.
2.
Pregunta: “…empecemos
por eh la vacuna que es lo que más lo han acusado a él (en referencia a R.
F. Kennedy Jr) de conspiracionista de que cree que algunas vacunas
provocan enfermedades sobre todo y he escuchado el tema del autismo
en los niños”
Respuesta del Dr. invitado: “100%, pero los médicos que han hablado de esto han sido muy
perseguidos y lo ha atraído la atención y madres en todos los estados
Unidos que tienen en la historia clínica La historia clínica es algo importante en la medicina
no solo las
investigaciones y dicen después de que se vacune a mi hijo con la vacuna
de la rubiola comenzaron los síntomas del autismo comienzan más o menos después
de la vacuna.”
En medicina, la afirmación de "100%" es prácticamente inexistente
debido a la complejidad biológica y a la variabilidad individual. La ciencia se
basa en probabilidades, y en el manejo de la incertidumbre,
no en absolutos. Esta generalización resta credibilidad al argumento y podría reflejar
un desconocimiento básico de cómo opera la medicina basada en evidencia
y la biología en la naturaleza.
Pasemos a como se introduce un elemento emocional, en cuanto a la supuesta
caza a los médicos, conducta que es ética y moralmente reprochable, por
lo que quien la escucha suele entrar en tono con el que la propone sin más
escrutinio que sus emociones. En efecto, el uso de términos como "persecución"
apela a las emociones del público, presentando a los médicos que promueven
estas ideas como “héroes incomprendidos”. Sin embargo, no se hace
alusión a ningún caso demostrable, ni siquiera anecdótico. Esto desvía el foco
del análisis racional y crea una narrativa de victimización que no se sostiene
ante el menor escrutinio razonado.
«Aunque Galileo fue un rebelde, no todos los
rebeldes son Galileo.» —Norman Levitt
La realidad es que los médicos que promueven ideas sin respaldo científico
suelen ser fuertemente criticados y, en algunos casos, sancionados por difundir
información falsa que puede poner en peligro la salud individual y/o pública. La
crítica y la discusión científica no es persecución, sino un mecanismo esencial
para garantizar que solo las ideas válidas y respaldadas por evidencia sean
aceptadas.
Para nadie es ajeno que existe el error médico, contemplado
en el mundo entero, pueden ser errores éticos, y tener
implicaciones legales. Por ejemplo, mal praxis y negligencia médica
son términos relacionados con errores médicos por lo general no intencionales.
También existen desgraciadamente los intencionales y los actos criminales
dentro de la práctica médica. Al igual que cualquier otra profesión esos actos
deben ser juzgados competentemente, y la justicia ante el delito no implica
persecución ni venganza.
El caso histórico generalmente presentado como “prueba” ante estas teorías
es precisamente el que originó la falsa creencia de que las vacunas causan
autismo. Fue un artículo publicado en
1998 por Andrew Wakefield en la prestigiosa revista The Lancet.
Este trabajo afirmaba una conexión entre la vacuna MMR (sarampión, paperas y
rubéola) y el autismo. Sin embargo, el estudio fue retractado por manipulación
de datos, conflictos de interés y falta de validez científica. Wakefield perdió
su licencia médica, y numerosos estudios posteriores demostraron que no existe
relación entre la vacuna y el autismo (Hviid et al., 2019).
El artículo original titulado "Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia,
non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children",
sugería una posible relación entre la vacuna MMR y el desarrollo de trastornos
del espectro autista (TEA). Esto no solo provocó una caída significativa en las
tasas de vacunación y un aumento de enfermedades prevenibles. Sino que planteó
preguntas importantes sobre cómo se permitió la publicación de un estudio
profundamente defectuoso en una revista revisada por pares (de expertos). Para
entender cómo ocurrió, es fundamental analizar el contexto y las fallas en el
proceso de revisión y supervisión.
Wakefield propuso un "nuevo síndrome" que vinculaba el
autismo y las enfermedades intestinales con la vacuna MMR sobre la base de un
estudio de solo doce niños. El problema más grave había sido que los datos
presentados en el estudio fueron manipulados. Por ejemplo, solo uno de los
nueve niños descritos como casos de "autismo regresivo"
cumplía con el diagnóstico. Cinco de los 12 niños tenían problemas de
desarrollo previos, lo que contradice la afirmación de que todos eran "previamente
normales". Los síntomas de comportamiento supuestamente comenzaron
poco después de la vacunación según el estudio, pero los registros médicos
mostraban que comenzaron meses después o incluso habían comenzado antes de la
vacunación.
Se descubrió, además, que el estudio había sido éticamente deplorable. Los
niños sometidos a la investigación fueron objeto de procedimientos invasivos,
como colonoscopias, sin indicación clínica. El estudio había sido financiado
por abogados interesados en demandar a los fabricantes de vacunas, un importante
conflicto de interés que no se declaró a The Lancet. Los pacientes
fueron seleccionados a través de activistas antivacunas, introduciendo un sesgo
(error sistemático invalidante) evidente. De haber sido un estudio controlado
(con grupo de control) no pudieran haber llegado a los resultados ni las
conclusiones.
Wakefield manipuló las cronologías para sugerir un vínculo temporal entre
la vacunación y el inicio de los síntomas, reduciendo el intervalo reportado de
meses a un promedio de solo 6,3 días. Este vínculo temporal falso era clave
para sustentar sus falsas afirmaciones.
Los conflictos de intereses no quedaron ahí, Wakefield recibió sumas de
dinero de abogados que buscaban pruebas para litigar contra los fabricantes de
vacunas. También había presentado patentes para vacunas alternativas
y pruebas diagnósticas que se habrían beneficiado económicamente
si la vacuna MMR hubiera sido totalmente desacreditada.
Para los interesados en profundizar, el artículo del BMJ por Brian
Deer desmantela detalladamente el estudio publicado por Andrew Wakefield
en The Lancet en 1998, que falsamente sugirió un vínculo entre la vacuna
triple vírica (sarampión, paperas y rubéola, MMR) y el autismo. Este caso es
uno de los ejemplos más significativos de mala conducta científica, con
consecuencias devastadoras para la salud pública.
El caso Wakefield es un recordatorio contundente de cómo la mala
conducta científica, amplificada por los medios y los movimientos
antivacunas, puede socavar la salud pública y la confianza
en la ciencia. Este incidente subraya la importancia de defender la integridad
científica, garantizar la transparencia en la investigación y
promover una comunicación científica efectiva para contrarrestar la
desinformación. Si bien el artículo fue retractado, su impacto
perdura, recordándonos que la ciencia no solo debe producir conocimientos
rigurosos, sino también protegerlos del mal uso y la manipulación.
Debo agregar que desafortunadamente este caso no es el único, pero reforzó
la necesidad de revisiones por pares más rigurosas, supervisión ética y
transparencia en la investigación científica. The Lancet, una prestigiosa
revista, fue engañada debido a la manipulación de datos y la falta de
escrutinio. Este incidente expuso las vulnerabilidades del sistema de revisión
por pares y subrayó la importancia de verificar conflictos de interés y la
validez de los datos presentados.
Estos engaños tampoco son exclusivos de las ciencias médicas, otros
casos paradigmáticos y famosos han sido estudiados como el de Hwang Woo-suk
(2004, Science), su investigación sobre células madre
embrionarias humanas fue inicialmente aclamada, pero después se
demostró que los datos habían sido fabricados. También el de Jan Hendrik
Schön (2002, Nature y Science), quien publicó
artículos sobre avances en semiconductores que resultaron ser
fabricados. La imposibilidad de replicar sus resultados llevó al descubrimiento
del fraude.
La evidencia histórica muestra que el daño social del
artículo superó con creces su impacto académico, creando uno de los movimientos
antivacunas más influyentes de la historia. Esto se debe en gran medida al
pensamiento crítico y el método científico en el ámbito académico, que actúan
sinérgicamente como protectores.
En realidad, el debate académico comienza bien temprano, y los casos de engaño
científico en revistas prestigiosas suelen seguir un
camino bastante predecible, una vez que el artículo se “ha colado”
comienza un peregrinar de críticas originadas gracias al escrutinio del método
científico y al pensamiento crítico de la comunidad académica de expertos.
Por ejemplo, cuando un estudio publicado presenta resultados
extraordinarios o muy controvertidos, otros laboratorios e
investigadores buscan replicarlos. Si los hallazgos no son reproducibles, las
dudas emergen rápidamente. Incluso antes de esto, la comunidad de expertos
sobre la base de los conocimientos teóricos comienza a lanzar alertas en forma
de cuestionamientos que son publicados en la misma revista y en otras dando
comienzo a intensos debates científicos.
Por desgracia, el mundo académico no está exento del fraude, de mala
praxis, ni de la corrupción. Tampoco la ciencia es ajena a estos
males, independientemente de que se hagan más o menos públicos, simplemente porque
el quehacer científico es realizado por seres humanos.
Pero hemos avanzado, y actualmente es difícil ocultar eventos de grandes
magnitudes, y debemos preservar esa libertad de expresión, el problema consiste
en el abismo preexistente entre lo que se discute científicamente y lo que se
interpreta y comunica por no expertos, este abismo que durante la pandemia ha
ido creciendo vertiginosamente explica por sí solo gran parte de la
desinformación actual, una relativamente inconsciente y otra mal intencionada.
La difusión científica responsable es crucial para mantener la integridad y
la confianza en la ciencia. Durante la pandemia de COVID-19, el flujo masivo de
información, combinado con la incertidumbre, aceleró la propagación de
desinformación. La falta de alfabetización científica en gran parte de la
población exacerbó este problema.
Aunque la comunidad científica es consciente del daño por la vulnerabilidad
en la población general no experta, no pocos científicos pensamos que ni las
regulaciones, ni las prohibiciones o las censuras son el camino adecuado debido
al efecto paradójico que es utilizado además para validar las
teorías falsas. Así los defensores de teorías falsas utilizan la censura
como herramienta para “validar” sus argumentos, presentándose como
"disidentes valientes" que desafían a un sistema
opresivo.
En efecto, esta paradoja de la censura se evidencia cuando las
regulaciones, prohibiciones o censuras, aunque bien intencionadas, pueden tener
efectos contraproducentes al fortalecer las creencias en teorías falsas y
amplificar la desconfianza en las instituciones. Este fenómeno, conocido como
el efecto de retroceso (backfire effect), refuerza la
necesidad de abordar el problema desde un enfoque que respete la libertad de
expresión y fomente el pensamiento crítico.
El efecto de retroceso (backfire effect) es un fenómeno
psicológico que ocurre cuando a alguien se le presenta evidencia que desafía
sus creencias, y en lugar de cambiar de opinión, se aferran aún más a sus
puntos de vista originales. Esto puede conducir a la polarización, la
mentalidad cerrada e incluso la hostilidad hacia los puntos de vista opuestos.
Este puede ocurrir por varias razones, como el sesgo de confirmación, la
disonancia cognitiva y la identidad social.
Este efecto de retroceso puede tener consecuencias negativas en la
sociedad, como la polarización política y la dificultad para resolver problemas
sociales. A través de afectar nuestra capacidad para tomar decisiones
informadas y racionales. Este efecto es ampliamente explotado por los políticos
y estrategas políticos.
Continuación de la respuesta del Dr. invitado: “madres en todos los estados Unidos
que tienen en la historia clínica, la historia clínica es algo importante en la medicina no solo las investigaciones
y dicen después de que se vacune a mi hijo con la vacuna de la rubiola
comenzaron los síntomas del autismo comienzan más o menos después de la vacuna.
Así que hay millones de
madres en los Estados Unidos.”
La “lógica” detrás de esta falsa asociación es claramente
defectuosa, incluso irrisoria. Se asemeja a afirmaciones absurdas como: "La
vacuna es la causa de muerte de todos los vacunados", lo cual
evidencia la falta de fundamento en la premisa. Es decir, en países con altos
índices de vacunación, es esperable que la mayoría de las personas fallecidas
hayan recibido la vacuna, no porque esta sea la causa de su muerte, sino porque
la mayoría de la población está vacunada, y lógicamente en algún momento como
todo ser vivo, morirán.
La confusión entre correlación (autismo diagnosticado en la
infancia) y causalidad (asumir que las vacunas causan autismo) se
presenta como una falacia central. La correlación indica que dos
eventos ocurren juntos, pero no necesariamente que uno cause el otro.
Si en esta población yo tomo a los fallecidos (variable dependiente) y a
los vacunados (variable independiente) y los estudios encontraremos alguna
correlación entre ellas sin que esto implique que una variable cause la otra. Esto
se debe a que la correlación simplemente mide la asociación entre dos
variables, no la causalidad.
En el caso de las vacunas y los fallecidos, una alta correlación podría
deberse a que la mayoría de la población está vacunada, y no porque la
vacunación tenga un impacto (negativo) directo en la mortalidad. De hecho, esta
correlación podría ser inversa, o sea a medida que hay más vacunados disminuyen
las muertes (prematuras) por causa de la disminución de la mortalidad por enfermedades
prevenibles.
Para ilustrarlo mejor, pensemos en un ejemplo cotidiano concreto: en
un estudio se podría encontrar una correlación entre el número de
bomberos en una escena y la cantidad de daños causados
por un incendio. Cada vez que se analizan superficialmente los datos se nota
que mientras más bomberos acudan, más daños terminan contabilizándose. A
priori, alguien podría especular de que son los bomberos los causantes de
los daños. sin embargo, esta mera correlación no significa que la presencia de
más bomberos cause más daño (sea la causa). En cambio, es probable, por
ejemplo, que los incendios más grandes y destructivos requieran más bomberos (variable
confusora). En este caso podría ser el tamaño y la propagación del
incendio la variable no detectada inicialmente detrás de esa asociación.
Las variables confusoras (confounding) son
factores que pueden influir tanto en la variable dependiente como
en la independiente, causando una falsa percepción de relación
directa entre ellas. Ignorar estas variables puede llevar a conclusiones erróneas.
En la investigación científica, es crucial diferenciar estos tipos de
relaciones y no asumir causalidad sin un análisis más profundo. Esto se logra
mediante métodos estadísticos avanzados y diseños de
estudio cuidadosamente controlados.
Históricamente, hubo estudios que mostraban una relación entre el género
(sexo) y el riesgo de desarrollar ciertas enfermedades, como el cáncer de
pulmón. Inicialmente, se podría pensar que el género por sí solo era un factor
de riesgo significativo, dado que el cáncer pulmonar afectaba significativamente
más a los hombres. Incluso se podría hipotetizar que los hombres tenían una
predisposición genética. Sin embargo, al analizar más detalladamente, mejorar
la metodología y la bioestadística se descubrió que en realidad el hábito de
fumar era mucho más prevalente entre los hombres que entre las mujeres
durante gran parte del siglo XX.
El tabaquismo, en este caso, era la variable confusora
que realmente explicaba la diferencia en la incidencia de cáncer de pulmón
entre géneros. No era el género ni la herencia genética, en sí mismos los que
aumentaba el riesgo, sino la mayor prevalencia del tabaquismo entre hombres. Este
ejemplo subraya la importancia de identificar y controlar las variables
confusoras en la investigación científica para evitar conclusiones erróneas
y entender verdaderamente las relaciones causales.
En el ámbito de la estadística, en los ejemplos anteriores hemos estado
hablando de una relación o correlación espuria, que
se refiere a una asociación matemática entre dos o más eventos o
variables que no están causalmente relacionados. Esta aparente relación
puede deberse a la coincidencia (Post hoc o correlación coincidente)
o a la influencia de un tercer factor no visible, conocido como "variable
de respuesta común", "factor o variable de confusión"
o "variable oculta".
Espero haber logrado ilustrar o explicar someramente lo difícil que es
determinar la relación causal (causa y efecto) en ciencias médicas, con
las miles y millones de variables a estudiar y controlar para llegar a un
mínimo de incertidumbre aceptable.
Intento que se comprenda que al basarse en historias individuales o
anécdotas (testimonios de madres) en lugar de en datos científicos robustos y asumir
que, porque los síntomas del autismo aparecen después de la vacunación, la
vacuna debe ser la causa es un disparate actualmente. Además, porque existen varios
estudios de calidad que investigaron esta posibilidad y no demostraron causalidad
entre la vacuna y el autismo.
Ni siquiera la presencia del tiomersal (compuesto de
mercurio etílico), uno de los supuestos sustratos teóricos
detrás de las afirmaciones se sustenta por sí solo. Controversia que comenzó
cuando algunos padres y grupos de defensa sugirieron que el mercurio (en forma
de etilmercurio de tiomersal) en las vacunas
causaba autismo en niños. Hipótesis que fue reforzada por una mala
interpretación de datos y el uso inescrupuloso de argumentos anecdóticos.
Políticos y medios de comunicación contribuyeron al pánico generalizado.
Aunque ha sido aclarado que el tiomersal (utilizado como
preservante) contiene etilmercurio, una sustancia química
distinta del metilmercurio (altamente tóxico), mientras el
metilmercurio atraviesa la barrera hematoencefálica y se acumula en el sistema
nervioso central, el mercurio etílico del timerosal se metaboliza y elimina más
rápidamente del cuerpo.
Grupos de presión y activistas continuaron difundiendo la idea de una
conexión, lo que llevó a litigios masivos y leyes en algunos estados
prohibiendo el uso del tiomersal en vacunas, a pesar de la falta de evidencia. Esto
no solo perjudicó la confianza pública en las vacunas, sino que también
incrementó los casos de enfermedades prevenibles en niños no vacunados.
Es comprensible que los padres busquen explicaciones para el autismo de sus
hijos, un trastorno con causas multifactoriales complejas. Sin
embargo, la atribución del autismo al timerosal estuvo altamente influenciada
por heurísticas cognitivas como la búsqueda de patrones en eventos
cercanos en el tiempo (vacunación seguida de síntomas). Movimientos antivacunas
amplifican temores no respaldados científicamente. Desde un punto de vista médico
y legal, estas creencias pueden impactar negativamente en la toma de decisiones
relacionadas con la salud pública.
El siguiente punto para refutar estos argumentos es cuando se hace
referencia a un documento medicolegal tan importante como la Historia
Clínica.
La historia clínica es una herramienta valiosa para
documentar eventos médicos y detectar patrones en la atención individualizada.
Sin embargo, su naturaleza es inherentemente anecdótica y no permite establecer
relaciones causales. Los síntomas del autismo suelen manifestarse alrededor del
segundo año de vida, coincidiendo con el calendario de vacunación (correlación
temporal). Esto puede dar lugar a la percepción de que una intervención
médica (la vacuna) desencadena el trastorno.
De nuevo, determinar si un evento (vacuna) causa otro (autismo) requiere
estudios controlados, rigurosos y con diseño metodológico adecuado, como
ensayos clínicos, estudios de cohorte o revisiones sistemáticas. Lo que ha
ocurrido es que el argumento equipara injustamente dos componentes distintos
del conocimiento médico:
La historia clínica, que es fundamental para individualizar la
atención, pero que no puede extrapolarse como base de conclusiones
epidemiológicas. Y las investigaciones científicas, que utilizan
muestras amplias, herramientas estadísticas avanzadas y diseños controlados
para responder preguntas de asociación y causalidad. Este proceso es
deliberadamente complejo para minimizar errores y sesgos. Tal simplificación
fomenta desinformación y desconfianza en la ciencia médica. Además, desvía
recursos y atención de investigaciones legítimas sobre el autismo hacia falsas
controversias.
El recurso de utilizar el "argumento de los millones de madres"
es una falacia ad populum: no importa cuántas personas sostengan
una creencia si esta no está respaldada por datos objetivos y reproducibles.
Este uso emocional de testimonios de madres, aunque empático, introduce un
sesgo de confirmación en el debate. Puesto que se otorga mayor peso a
experiencias personales que refuerzan una hipótesis preexistente (en este caso,
el miedo a las vacunas). Mientras deliberadamente se ignoran datos científicos
más amplios y generalizables que contradicen esa percepción.
Si bien estos relatos tienen valor en la práctica clínica como datos
iniciales que podrían justificar una hipótesis, la afirmación de causalidad
basada únicamente en estas observaciones carece de sustento científico robusto
y es profundamente problemática desde un punto de vista neurocientífico y
epidemiológico.
¿Quiere decir esto que las madres han reclamado en
el vacío?
¿Que nadie les escucha y que debe venir un “outsider”
salvador que destape la trama detrás del “Big-Farma” y sus vacunas porque los
médicos adoctrinados no logramos ver?
Pues nada de esto es real, y además independientemente de la ignorancia o
la intencionalidad es sumamente injusto y algo deshonesto plantearlo así. Sencillamente
porque numerosos estudios epidemiológicos y metaanálisis han examinado esta
relación y han concluido de manera consistente que no existe evidencia de
que las vacunas, incluidas las que contienen el componente de rubéola, causen
autismo. Les mostraré algunos de los más significativos.
Un metanálisis exhaustivo realizado por Taylor et al. (2014) publicado
en The Journal of the American Medical Association, revisaron estudios
de casos y controles, así como estudios de cohortes, y no encontró ninguna
asociación entre la vacunación y el desarrollo de autismo o trastornos del
espectro autista (TEA). Este metanálisis incluyó datos de más de 1,2
millones de niños en estudios de cohortes y casi 10 000 niños en
estudios de casos y controles, proporcionando evidencia sólida contra un
vínculo entre las vacunas y el autismo.
Además, un gran estudio de cohorte nacional realizado en Dinamarca por Hviid
et al. (2019) publicado en The New England Journal of Medicine, tampoco
encontraron un riesgo incrementado de autismo asociado con la vacuna MMR
(sarampión, paperas y rubéola). Este estudio incluyó a más de 650 000 niños
y ajustó diversos factores de confusión potenciales, reforzando aún más la
ausencia de asociación. Incluso en subgrupos de niños con antecedentes
familiares de autismo o con otros factores de riesgo de autismo.
Otro estudio significativo es el de Jain et al. (2015) quienes
examinaron la ocurrencia de autismo en niños con hermanos mayores con y sin
autismo y no encontró un aumento en el riesgo de autismo asociado con la
vacunación MMR, incluso entre los niños con mayor riesgo de TEA.
Zerbo et al. (2022) realizaron un estudio sobre la seguridad de las
vacunas que contienen componentes contra el sarampión y la tos ferina en niños
con trastornos del espectro autista (TEA). El estudio incluyó a 14 947 niños
con TEA y 1 650 041 niños sin TEA. No encontraron un aumento en el
riesgo de fiebre, convulsiones febriles o visitas a urgencias en niños con TEA
en comparación con aquellos sin TEA después de la vacunación.
Estos estudios, junto con otros, demuestran de manera consistente que las
vacunas, incluidas aquellas que contienen timerosal y la vacuna MMR, no están
asociadas con un mayor riesgo de autismo. Este consenso cuenta con el respaldo
de múltiples estudios epidemiológicos de alta calidad y revisiones
sistemáticas. Y con el cuerpo de conocimientos adquirido con los años de
investigación y ensayos.
Entonces, desde un punto de vista medicolegal, la historia
clínica es uno de los documentos más importantes tanto para el paciente
como para el médico, pero no debe usarse para realizar inferencias causales
generalizadas, especialmente cuando existen amplias investigaciones científicas
que refutan la hipótesis presentada.
El autismo es un trastorno multifactorial, cuya complejidad no puede ser
reducida a asociaciones anecdóticas con eventos como la vacunación. Al propagar
este tipo de argumentos, no solo se perpetúa la ignorancia científica, sino que
también se pone en riesgo la salud pública al desincentivar la vacunación, una
de las herramientas más efectivas para prevenir enfermedades graves.
No obstante, los grupos antivacunas permanecen escépticos, en parte debido
a que el diagnóstico de autismo suele coincidir con el periodo en el que los
niños reciben muchas de sus vacunas de rutina. Esta coincidencia temporal puede
dar la falsa impresión de causalidad, un claro ejemplo del principio "correlación
no implica causalidad." De hecho, los indicios del autismo pueden
manifestarse desde etapas tan tempranas de neurodesarrollo como en la etapa
prenatal, o sea dentro del vientre materno, mucho antes de que se
administre cualquier vacuna.
3.
Afirmación: "Cuando una mujer embarazada adquiere rubéola, el niño
puede tener síntomas neurológicos parecidos al autismo."
Realidad: Es cierto que la rubéola congénita puede causar problemas
neurológicos, pero esto no es lo mismo que el autismo. La rubéola puede causar sordera,
defectos cardíacos y retraso mental, pero estas condiciones son
distintas del autismo.
El síndrome de rubéola congénita (SRC) está asociado con un
mayor riesgo de autismo, pero la rubéola en sí misma no es una causa directa
del autismo.
Datos históricos indican que entre 8-13% de los
niños con SRC desarrollaron autismo, una tasa significativamente mayor que
la prevalencia en la población general de la época (~0.04-0.05%). Esta asociación
sugiere que el SRC actúa como un factor de riesgo prenatal para el
autismo debido a su impacto en el neurodesarrollo, no como una causa directa.
El virus de la rubéola es un teratógeno conocido, lo que significa que puede causar malformaciones congénitas si la infección ocurre durante el embarazo. Esto puede afectar el neurodesarrollo fetal a través de:
·
Inflamación
vascular y vasculitis
cerebral.
·
Isquemia y necrosis neuronal.
·
Alteraciones
en la migración neuronal.
Las alteraciones neuropatológicas del SRC, como la
hipoplasia cerebelosa, la leucomalacia periventricular y la activación
microglial, son similares a algunas observadas en el autismo.
Ha sido precisamente tras la vacunación generalizada que el nacimiento de los bebés con síndrome de rubéola congénita han prácticamente desaparecido del mundo desarrollado. Por ejemplo, actualmente en los Estados Unidos ocurren unos pocos casos (normalmente menos de dos) de SRC cada año.
4.
Afirmación: "No se puede elegir separar componentes de vacunas
trivalentes."
Realidad: Las vacunas combinadas están diseñadas para mejorar la eficacia y la
logística de la inmunización. Separar los componentes podría reducir la
cobertura y aumentar la complejidad del programa de vacunación.
Problema: Asumir que separar componentes de vacunas
combinadas es siempre mejor, sin considerar la evidencia sobre la eficacia y
seguridad de las vacunas combinadas.
Desmintiendo Mitos Sobre sus Componentes. La desinformación sobre las vacunas ha sido una de las principales amenazas a la salud pública en las últimas décadas. Entre los argumentos más recurrentes de los movimientos antivacunas se encuentra la afirmación de que contienen "ingredientes tóxicos" como mercurio, formaldehído o adyuvantes peligrosos. Sin embargo, estas afirmaciones carecen de fundamento científico y han sido refutadas por décadas de investigación rigurosa. Este ensayo tiene como objetivo aclarar, con base en la evidencia, por qué los componentes de las vacunas son seguros y esenciales para la protección contra enfermedades infecciosas.
El término "mercurio" genera alarma porque suele asociarse con la
toxicidad del metilmercurio (MeHg), una forma de mercurio que se
encuentra en ciertos alimentos, como los peces grandes, y que se acumula en el
organismo con potenciales efectos neurotóxicos. Sin embargo, las vacunas nunca
han contenido metilmercurio. Lo que algunas vacunas han utilizado es timerosal,
un conservante basado en etilmercurio (EtHg), un compuesto que no se
bioacumula y que se elimina del cuerpo en cuestión de días.
Diversos estudios han demostrado que el etilmercurio y el metilmercurio
tienen comportamientos biológicos distintos. Investigaciones como las de Pichichero
et al. (2002, 2008) confirmaron que el etilmercurio del timerosal es
metabolizado y eliminado rápidamente sin efectos adversos. Además, en 2004, el Instituto
de Medicina de EE.UU. (IOM) concluyó que no existe ninguna relación entre
el timerosal y el autismo, mito ampliamente promovido por la desinformación.
Es importante destacar que el timerosal fue eliminado de las vacunas
infantiles en EE.UU. y Europa en 1999 por precaución, no por evidencia de
daño, y sigue utilizándose con total seguridad en vacunas multidosis en
muchos países para prevenir contaminación bacteriana.
Otro argumento erróneo es la supuesta toxicidad del formaldehído en
las vacunas. Sin embargo, el formaldehído es un compuesto natural que el propio
cuerpo humano produce en grandes cantidades como parte del metabolismo. Una
dosis típica de vacuna contiene menos de 50 µg de formaldehído, mientras
que un recién nacido tiene en su sangre aproximadamente 50 veces más de lo
que recibe en una vacuna. De hecho, el cuerpo genera cerca de 42.5
millones de µg de formaldehído al día en procesos metabólicos normales.
Los adyuvantes como el MF59 (esqualeno) o hidróxido de
aluminio han sido señalados sin base científica como “tóxicos”, cuando en
realidad su función es potenciar la respuesta inmune sin incrementar la
cantidad de antígeno. Numerosos estudios han demostrado su seguridad, como los
análisis de la OMS y la FDA, que confirman que la cantidad presente en
las vacunas es mínima y no representa riesgo para la salud.
A diferencia de muchos productos de consumo, las vacunas son sometidas a
una de las regulaciones más estrictas del mundo. Cada componente es analizado y
probado en múltiples fases de investigación antes de ser aprobado.
Desde la producción hasta la distribución, cada vacuna debe cumplir con los
estándares establecidos por organismos como la FDA (EE.UU.), EMA (Unión
Europea) y la OMS, que garantizan su seguridad y eficacia. Incluso el
más mínimo cambio en la formulación o en el proceso de fabricación requiere
estudios exhaustivos y aprobación regulatoria. Por ejemplo, si un
fabricante quisiera cambiar la marca de un estabilizador como la sacarosa,
tendría que demostrar que el nuevo producto es químicamente idéntico y que no
afecta la estabilidad de la vacuna.
Desde la erradicación de la viruela hasta la reducción drástica de
enfermedades como el sarampión y la polio, las vacunas han salvado más de 150
millones de vidas en los últimos 50 años. La desinformación basada en
falacias químicas y miedo infundado ha provocado un resurgimiento de
enfermedades prevenibles, como los recientes brotes de sarampión en Europa
y EE.UU.
Cada ingrediente en una vacuna tiene una función específica y ha sido
rigurosamente evaluado para garantizar su seguridad. Las afirmaciones sobre
“componentes tóxicos” son mitos desmentidos por décadas de estudios
científicos. No existe ninguna evidencia que justifique el miedo a las vacunas,
pero sí existen pruebas contundentes de que la vacunación es una de las
herramientas más efectivas para proteger la salud pública. Negarse a vacunar
basándose en desinformación no solo pone en riesgo la vida propia, sino también
la de las personas más vulnerables de la sociedad.
La vacuna MMR (sarampión, paperas y rubéola)
es una vacuna trivalente de virus vivos atenuados que protege contra
estas tres enfermedades virales. Sus componentes principales son:
1. Componente del Sarampión
·
Cepa
utilizada: Enders'
Edmonston (virus vivo atenuado).
·
Esta
cepa se deriva del virus Edmonston, aislado en la década de 1950 y
posteriormente atenuado por John F. Enders, considerado el "padre
de las vacunas modernas".
2. Componente de las
Paperas
·
Cepas utilizadas:
o
Jeryl
Lynn (utilizada en la
vacuna M-M-R II de Merck).
o
RIT
4385 (derivada de Jeryl
Lynn, utilizada en Priorix de GlaxoSmithKline).
·
La
cepa Jeryl Lynn fue aislada en 1963 de la garganta de una niña llamada Jeryl
Lynn Hilleman, hija de Maurice Hilleman, el científico que
desarrolló muchas vacunas modernas.
3. Componente de la Rubéola
·
Cepa
utilizada: Wistar RA
27/3 (virus vivo atenuado).
·
Esta
cepa se obtuvo de tejido fetal infectado con el virus de la rubéola
durante la epidemia de 1964-1965 y fue desarrollada en el Instituto
Wistar.
Otros Componentes de la Vacuna MMR
Además de los virus atenuados, la vacuna MMR
contiene:
·
Estabilizadores (como sorbitol y gelatina hidrolizada).
·
Neomicina (un antibiótico en pequeñas cantidades
para evitar contaminación bacteriana).
·
Buffers
de fosfato y sales para
mantener el pH adecuado.
·
Trazas
de proteínas del huevo
(procedentes del cultivo celular, aunque se considera segura para personas con
alergia al huevo).
Vacunas MMR Disponibles
·
M-M-R II (Merck): Contiene las cepas Enders'
Edmonston, Jeryl Lynn y Wistar RA 27/3.
·
Priorix (GlaxoSmithKline): Contiene las
cepas Enders' Edmonston, RIT 4385 y Wistar RA 27/3.
La vacuna MMR utiliza cepas bien establecidas y
seguras de virus atenuados para proporcionar inmunidad duradera
contra el sarampión, las paperas y la rubéola. Es una pieza clave en los
programas de vacunación a nivel mundial, ayudando a prevenir enfermedades
graves y sus complicaciones.
La complejidad científica frente a la ignorante desinformación.
El autismo, en sus primeras conceptualizaciones, fue considerado una
variante de esquizofrenia infantil o un trastorno primariamente afectivo. Sin
embargo, con el paso del tiempo y el avance del conocimiento neurocientífico,
la noción de autismo se desplazó desde una hipótesis psicodinámica hacia un modelo
neurobiológico. En la evolución de los manuales DSM y CIE, la
categorización del autismo ha pasado de una visión nosológica centrada en la
sintomatología psiquiátrica hacia un modelo de neurodesarrollo, en el
cual se reconoce que los síntomas del TEA están asociados a disfunciones
específicas de circuitos cerebrales.
El paso del modelo psicoanalítico al biomédico se consolidó con la
publicación del DSM-III en 1980, en el que el autismo adquirió una entidad
propia y dejó de ser un subtipo de esquizofrenia. Con la llegada del DSM-IV-TR
y la CIE-10, se estableció una categoría más amplia de Trastornos
Invasivos del Desarrollo (TID), reconociendo múltiples variantes clínicas. Sin
embargo, el DSM-5 y la CIE-11 promovieron una reestructuración de estos
diagnósticos en un solo espectro, el Trastorno del Espectro Autista (TEA),
basado en déficits en interacción social, comunicación y patrones restrictivos
y repetitivos de comportamiento.
Desde una perspectiva neurológica, esta evolución conceptual implica que el
autismo no es un trastorno monolítico, sino un fenómeno dimensional con
múltiples manifestaciones clínicas que dependen de la interacción entre
factores genéticos, neurobiológicos y ambientales.
El autismo o los trastornos
del espectro autista (TEA) constituyen un grupo heterogéneo de
condiciones que afectan el neurodesarrollo con grados y manifestaciones
muy variables, que suele reconocerse en una fase temprana de la niñez y
persiste hasta la edad adulta; caracterizadas clínicamente por alteraciones
en la comunicación social (comunicación y socialización) y la presencia
de comportamientos repetitivos y patrones restrictivos de
intereses. Estos síntomas caen dentro de tres categorías amplias (el
DSM-5 conjunta las primeras dos), no obstante, sus manifestaciones pueden
modificarse en gran medida por la experiencia y la educación.
Estos trastornos ocurren durante el período formativo del individuo, específicamente el proceso de desarrollo del sistema nervioso, por tanto, hablamos del neurodesarrollo. Por lo general partimos del reconocimiento de las distintas etapas del neurodesarrollo esperado para ayudarnos a evaluar los comportamientos, en cuanto a sus niveles de adquisición a través de la edad.
El neurodesarrollo humano es un proceso progresivo complejo, continuo que abarca múltiples etapas, durante las cuales ocurren cambios tanto estructurales como funcionales reflejados en la progresión psicomotora y cognitiva del individuo como evidencia de la maduración del sistema nervioso central (SNC) y su interacción con factores externos.
A través de la evaluación sistemática de estos hitos neurobiológicos y conductuales del desarrollo en diferentes etapas, es posible identificar patrones normales, así como detectar alteraciones tempranas que pueden indicar trastornos del desarrollo neurológico y tomar medidas terapéuticas cuando sean necesarias.
Cada etapa del neurodesarrollo está marcada por hitos específicos que reflejan la progresión de la maduración del SNC. La evaluación de estos periodos permite identificar alteraciones en el desarrollo y diseñar estrategias de intervención temprana cuando sea necesario. Además, el conocimiento detallado de estas fases es fundamental en la pediatría o la neurología pediátrica, la rehabilitación neurocognitiva, o la psicología del desarrollo, sino que también aporta información crucial para áreas como la educación.
Estas etapas se han dividido didácticamente para facilitar su estudio y comprensión. Los periodos o etapas del desarrollo son didácticamente divididos en: etapa prenatal; recién nacido o neonato (nacimiento a los 28 días de nacido); lactancia (del nacimiento hasta el año de vida); primera infancia (1-3 años de vida); edad preescolar (3-6 años); edad escolar (6-11 años) y la adolescencia (12-20 años). La etapa del desarrollo prenatal comprende los meses de vida intrauterina, y en ella se distingues dos períodos fundamentales: el período embrionario (hasta las 12 semanas o primer trimestre); y el período fetal (desde las 12 primeras semanas hasta los 9 meses).
Uno de los mayores errores conceptuales en torno al TEA es la idea de que su origen está vinculado a un único evento postnatal, como la administración de vacunas. Este planteamiento choca frontalmente con el cúmulo de evidencia neurobiológica que señala que el autismo es una condición de origen prenatal, determinada por factores genéticos, epigenéticos y ambientales que actúan durante el desarrollo intrauterino (embrionario y fetal), o sea, mucho antes del nacimiento y de cualquier intervención externa, como veremos a continuación.
Desde el punto de vista neuropatológico, se asocian con disfunciones en la conectividad sináptica y circuitos cerebrales fundamentales para la cognición social, como la corteza prefrontal y las regiones implicadas en la teoría de la mente. Sin embargo, a pesar de décadas de avances en la comprensión de su compleja etiología, persisten mitos y teorías infundadas que distorsionan el conocimiento científico.
La etiología (causas) del TEA es compleja y aún no completamente comprendida, generalmente se clasifica en dos categorías: TEA idiopático (o primario), en el cual no se identifica una causa médica o genética clara, y TEA sindrómico (o secundario), que está asociado a condiciones médicas o genéticas conocidas.
Como se puede inferir, esta división se basa en la identificación de causas genéticas y ambientales específicas en algunos casos, mientras que, en otros, las causas permanecen desconocidas. Por lo general, en la práctica médica cuando se habla de autismo sin más especificación nos estamos refiriendo al autismo idiopático.
Grosso modo, dentro de las características que definen al autismo sindrómico o secundario se incluyen que exista una etiología de base conocida, cuya enfermedad haya sido descrita en pacientes que en su mayoría no padezcan de autismo, así como que existan marcadores biológicos que permitan distinguir la enfermedad de base.
Por lo tanto, el autismo sindrómico o secundario se refiere a los TEA que ocurren en el contexto de síndromes genéticos o condiciones médicas bien definidas. Estos casos de TEA están asociados con una causa genética conocida y suelen presentar un patrón clínico de anomalías somáticas y un fenotipo neuroconductual que incluye el autismo.
Aproximadamente solo el 30-40% de los casos de TEA tienen una etiología identificable y se consideran sindrómicos o secundarios. Estos casos están asociados con síndromes genéticos específicos, anomalías cromosómicas y/o alteraciones metabólicas. Ejemplos de síndromes genéticos que pueden presentar TEA incluyen el síndrome de X frágil, el síndrome de Rett, la esclerosis tuberosa, el síndrome de Timothy, el síndrome de Phelan-McDermid, el síndrome de Williams, el síndrome de Prader-Willi y el síndrome de Angelman. Evidentemente nada tienen que ver estos casos con la administración de vacunas postnatales.
Por eso la American College of Medical Genetics and Genomics recomienda una evaluación genética exhaustiva en pacientes con TEA para identificar posibles causas sindrómicas, lo que puede incluir pruebas de microarrays y secuenciación de exomas completos, etc.
La mayoría de los casos de TEA son idiopáticos, lo que significa que no se puede identificar una causa única específica. En estos casos no es posible poner en evidencia alguna “alteración neurobiológica específica”, actualmente identificable con los medios diagnósticos habitualmente asequibles a la práctica clínica. Lo cual no significa, que estemos ciegos, dado que hoy contamos con numerosos estudios aportando conocimientos sobre los posibles marcadores neurobiológicos.
Estos casos idiopáticos, representan aproximadamente el 60-70% de todos los diagnósticos de TEA. La etiología idiopática se asocia con una combinación de factores genéticos y ambientales que aún no se comprenden completamente. Estudios de genética han demostrado que los TEA son altamente hereditarios, con una contribución genética que oscila entre el 80 % y el 90 %. Investigaciones en gemelos han evidenciado que los gemelos monocigóticos tienen una concordancia del 96 % frente al 27 % en gemelos dicigóticos, lo que confirma el fuerte peso de la herencia en su desarrollo.
Avances en la genómica han identificado más de 100 loci genéticos relacionados con el autismo, incluyendo genes esenciales para la sinaptogénesis y la plasticidad neuronal, como FMR1 (Síndrome de X Frágil), MECP2 (Síndrome de Rett) y SHANK3. Además, se han hallado variantes en el número de copias (CNVs) en regiones cromosómicas específicas, como 16p11.2 y 15q11-q13, que refuerzan la naturaleza prenatal del trastorno.
Se han identificado más de 1,000 genes candidatos implicados en el TEA, aunque los efectos individuales suelen ser pequeños. Algunas mutaciones comunes afectan genes relacionados con la sinapsis, la regulación del desarrollo neuronal y la plasticidad cerebral (Sanders et al., 2015).
Por otro lado, los estudios epigenéticos sugieren que la expresión de estos
genes puede estar modulada por factores ambientales, como la exposición
prenatal a toxinas, infecciones maternas o el estrés gestacional.
Desde un enfoque neurobiológico, múltiples
estudios han demostrado que el autismo se asocia con alteraciones en procesos críticos
del desarrollo cerebral intrauterino, incluyendo:
·
Proliferación
y migración neuronal en
el primer y segundo trimestre de gestación.
·
Sinaptogénesis
y poda sináptica en
ventanas específicas del desarrollo prenatal.
·
Neuroinflamación
y disfunción mitocondrial detectadas en muestras de tejido fetal.
Estos hallazgos refuerzan un punto fundamental: el autismo comienza a gestarse en el útero materno, en un periodo anterior a cualquier posible influencia externa postnatal.
Desde un punto de vista neurocientífico, el TEA está caracterizado por
alteraciones en la conectividad funcional y en el desarrollo de regiones
cerebrales claves involucradas en la integración sensorial, el procesamiento
social y la flexibilidad cognitiva. Entre los hallazgos neurobiológicos más
relevantes, se destacan:
Los estudios de neuroimagen han identificado hiperconectividad local e
hipoconectividad de largo alcance en el TEA, lo que sugiere alteraciones en
la maduración de las conexiones neurales durante el neurodesarrollo (Rane et
al., 2015; Supekar et al., 2013). En particular:
- Corteza
prefrontal y lóbulos temporales: Relacionados con la regulación del comportamiento social y la teoría
de la mente, presentan una maduración atípica.
- Amígdala
e hipocampo:
Procesamiento emocional y memoria, áreas en las que se ha reportado un
crecimiento acelerado en los primeros años de vida en niños con TEA
(Mosconi et al., 2009).
- Cerebelo: Reducción en el número de células
de Purkinje, lo que podría impactar en la coordinación motora y en la
modulación de la atención (Wegiel et al., 2014).
Se han encontrado alteraciones en varios sistemas de neurotransmisión en el
TEA:
- Glutamato/GABA: Desequilibrio entre excitación e
inhibición sináptica, lo que podría contribuir a los comportamientos
repetitivos y a la hiper o hiporreactividad sensorial (Frye et al., 2013).
- Serotonina: Se han documentado niveles elevados
de serotonina en plasma en personas con TEA, lo que sugiere una disfunción
en la modulación de los circuitos sociales (Muller et al., 2016).
- Dopamina: Alteraciones en la vía mesolímbica
podrían estar relacionadas con la rigidez cognitiva y los patrones
repetitivos de comportamiento (Scott-Van Zeeland et al., 2010).
El desarrollo de nuevas tecnologías ha permitido avances en la
identificación de biomarcadores para el TEA:
- Neuroimagen
funcional (fMRI y EEG): Modelos computacionales han identificado alteraciones en la
conectividad cerebral que podrían servir como marcadores diagnósticos (Liu
et al., 2018).
- Marcadores
biológicos: Se han
propuesto perfiles proteómicos y metabólicos en sangre como posibles
indicadores de TEA, aunque aún sin validación clínica suficiente (Yang et
al., 2018).
- Rastreo
ocular: Se ha
demostrado que niños con TEA presentan una fijación ocular atípica, lo que
podría utilizarse para detección temprana (Pierce et al., 2011).
El diagnóstico del TEA ha evolucionado desde una perspectiva psiquiátrica hacia un enfoque basado en el neurodesarrollo. La convergencia de estudios en genética, neuroimagen, neuropsicología y biomarcadores sugiere que el TEA es un espectro de manifestaciones clínicas resultado de múltiples interacciones biológicas y ambientales.
Los cambios en los criterios diagnósticos han mejorado la especificidad del
diagnóstico, aunque han generado inquietudes sobre su sensibilidad,
especialmente en los casos limítrofes o con sintomatología leve. La
identificación de marcadores neurobiológicos sigue siendo un desafío, pero el
avance en tecnologías computacionales y de neuroimagen abre la posibilidad de
diagnósticos más precisos y tempranos en el futuro.
A nivel clínico y terapéutico, la identificación
temprana y la intervención basada en evidencia siguen siendo la
mejor estrategia para mejorar el pronóstico de los pacientes con TEA. La
combinación de herramientas conductuales, cognitivas y biomédicas será clave en
la próxima generación de diagnósticos y tratamientos personalizados.
En definitiva, es así como entendemos que, frente a la complejidad científica del TEA, la hipótesis de que las vacunas causan autismo representa una simplificación errónea que ignora décadas de investigación neurobiológica. La idea de que un evento posterior al nacimiento –como la administración de una vacuna– pueda alterar de manera abrupta y permanente los circuitos cerebrales responsables de la cognición social no tiene fundamento en la evidencia científica.
El desarrollo cerebral es un proceso secuencial y altamente regulado desde la vida intrauterina. Procesos críticos como la proliferación neuronal, la migración neuronal, la sinaptogénesis, la poda sináptica y la organización funcional del cerebro, la formación de redes neuronales y la mielinización siguen patrones programados altamente regulados por factores genéticos y epigenéticos, que no pueden ser interrumpidos súbitamente por un agente externo aplicado meses o años después del nacimiento.
Además, si las vacunas fueran un factor causal, los estudios epidemiológicos deberían mostrar un aumento en la prevalencia del TEA en poblaciones vacunadas frente a no vacunadas. Sin embargo, amplias investigaciones poblacionales han demostrado que no existe diferencia en la incidencia del autismo entre niños vacunados y no vacunados, invalidando por completo esta teoría.
La difusión de mitos sobre las vacunas y el autismo no solo es científicamente infundada, sino que tiene consecuencias graves para la salud pública. El miedo injustificado a la vacunación ha generado brotes de enfermedades prevenibles, como el sarampión, poniendo en riesgo la vida de miles de niños.
El conocimiento debe prevalecer sobre el miedo. Comprender la complejidad etiológica del autismo y la evidencia irrefutable de su origen prenatal es fundamental para combatir la desinformación y garantizar la protección de la infancia. La ciencia continúa avanzando en la comprensión del TEA y en el desarrollo de estrategias terapéuticas, mientras que la pseudociencia solo siembra confusión y pone vidas en peligro.
Numerosos estudios rigurosos, incluyendo investigaciones realizadas por instituciones como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), han demostrado consistentemente que no existe una relación causal entre las vacunas y el autismo.
Finalmente, al atacar y distorsionar la credibilidad de instituciones o autoridades
sanitarias como los CDC, la FDA y la OMS, para
presentarlas como entidades corruptas y conspirativas, que están conspirando
para ocultar información, el Dr. invitado utiliza una falacia del hombre
de paja para desacreditar sin fundamentos a estas instituciones. Esta
es una táctica para desviar la atención de la falta de evidencia científica en
sus argumentos.
Implicaciones Éticas y Responsabilidad Profesional
Los médicos tenemos la responsabilidad moral y ético-legal de no promover
teorías desacreditadas, porque podríamos estar actuando de manera irresponsable
y antiética. Como médico, tenemos la responsabilidad de basar nuestras
recomendaciones en la evidencia científica sólida.
La difusión de información incorrecta no solo puede llevar a una
disminución en las tasas de vacunación, sino que también puede resultar en
brotes de enfermedades prevenibles, como el sarampión, que ha resurgido en
algunos países debido a la reducción en la vacunación.
·
Deber
de no causar daño: El
principio ético fundamental en medicina, primum non nocere (primero, no
hacer daño), se ve comprometido cuando un médico disemina información que
disuade a los pacientes de recibir vacunas seguras y efectivas.
·
Consecuencias
legales: La propagación
de desinformación que comprometa la salud pública puede exponer a los
profesionales a acciones legales y sanciones disciplinarias, incluyendo
la revocación de su licencia médica. Lo cual no significa una persecución
injusta sino una medida de contrapeso que protege tanto a pacientes como al
resto de la comunidad científica.
PD: Remarco que en ningún caso este análisis representa un ataque al prestigio
del colega invitado, el Dr. Felipe, quien ha traído al parecer un tema que le
preocupa, en lo que impresiona un tema que extralimita, por la propia
complejidad, en alguna medida su experticia como médico de familia. Insisto en
que la pericia medico terapéutica no depende de temas de especialidades ajenas.
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